A todos los políticos, a los de Ibiza, de Formentera, y también los de Mallorca, recomiendo que se lean en estas Navidades las memorias de Margaret Tatcher, ex primera ministra británica, para que analicen en el futuro, con un poco más de visión general, sobre todo de conocimiento, si un mayor gasto público garantiza mejorar la vida de los ciudadanos o, por el contrario, supone hipotecar las cuentas públicas y acabar en la quiebra.

Tatcher heredó un país que acababa de pedir un rescate público, con un déficit desbocado, una inflación del 20 por ciento, empresas públicas arruinadas, sindicatos que decidían hasta el número de trabajadores que debían contratarse y un tipo máximo del IRPF del 90 por ciento.

Esas políticas de despilfarro llevaron al Reino Unido a pasar del segundo a la cola del ranking de la OCDE y cambiar esa dinámica, evidentemente, provocaron graves disturbios sociales en el país. Pero cuando Tatcher abandonó el cargo se había recuperado el segundo puesto del ránking económico.

Aquí vivimos una situación similar cuando se pasó de Zapatero a Rajoy, pero el tiempo y la historia demuestra que un mayor gasto público no es garantía de nada, absolutamente nada. Mantener una sociedad subvencionada posiblemente beneficie el discurso y las políticas de algunos partidos, pero es llevarnos a la ruina a todos. En estos momentos en los que se ha tocado fondo como nunca en nuestra historia más moderna, lo que se necesitan son políticos valientes que no tengan miedo ni de protestas ni de demagogias. Porque se ha demostrado que presumir de gastar mucho dinero en sanidad, como ha hecho Armengol en estos últimos años, no garantiza tener una mejor asistencia pública. Y lo mismo ocurre con la educación pública, que sigue por los suelos en cuanto a fracaso escolar.

Por lo tanto, no es tiempo para discursos demagógicos y sí de políticos responsables. Lo contrario es la quiebra.