Aborrezco el victimismo que practican muchos políticos ibicencos a la hora de justificarse ante la falta de recursos para llevar a cabo ciertas políticas. El centralismo mallorquín no puede ser una excusa recurrente de quienes son incapaces de gestionar el dinero del contribuyente. Pero la realidad, como suele decirse, es tozuda y la imagen de ayer de la presidenta Armengol presentando la nueva flota de autobuses del transporte público de Mallorca (la mayoría son eléctricos o funcionarán con gas natural) debería provocar la indignación absoluta en el resto de islas, pero parece que a los ibicencos nos da igual lo que suceda fuera de nuestra roca. El Govern pagará 479 millones de euros en cuatro años por las concesiones del servicio de autobús en Mallorca, el contrato más elevado en la historia de la Comunitat. Mientras, aquí seguimos con un servicio del siglo XX y el mismo Govern racanea al Consell d’Eivissa medio millón del déficit acumulado por culpa de la pandemia por las empresas de buses y 8 millones en ‘bestretes’. Vergonzoso. Por no hablar que la consellera de Benestar Social, Fina Santiago, quiere deshacerse de la gestión de las residencias de Ibiza para, es de suponer, centrarse en Mallorca, que es lo que de verdad le importa a ella y a su partido. O la financiación que el Consell d’Eivissa asume por la Escuela de Hostelería de sa Coma porque, de no ser así, el Govern nunca habría apostado por esta infraestructura educativa tan demandada por el sector ibicenco. O el hecho de que los últimos colegios que se han levantado en Eivissa se han llevado a cabo porque los ayuntamientos han adelantado el dinero. Así nos va.