Filomena ha traído un frío que pela y los desamparados que no tienen chimenea, amante o piel de oso suspiran por la visita de un gigantesco San Bernardo con barrilete de ron atado al cuello. No deja de ser llamativo que, justo cuando arquitectos y decoradores de medio pelo declaraban estúpidamente la guerra al fuego sagrado (que siempre calentó los hogares pitiusos con cierto aroma a sobrasada afrodisíaca), el precio de la electricidad empezara a dispararse.
En la estafa eléctrica parece dar igual quién mande, pero la hipocresía de los sumos mentirosos que forman el gobierno más progre de la historia de España ha quedado una vez más en pelota picada. Su tan cacareado progreso es meramente particular, muy a la vista está.

La inflación eléctrica es especialmente gravosa ahora que de nuevo aumentan las restricciones y pasamos más tiempo en casa. ¡Cuántas vidas han salvado los bares! Pero ahora vuelven a cerrar por decreto su cálido interior, refugio báquico de los lobos solitarios de invierno, templo social de los no domesticados por internet.
Ahora como siempre en la época que raptan a la divina doncella Perséfone, lo que toca es resistir el hivern y conocerse a uno mismo. Volver la mirada a nuestro interior sin que nos devoren los dragones del subconsciente; salir a la naturaleza, tomar un limón cantarín y atisbar la esperanza en la primera flor del almendro; escuchar buena música y danzar como derviches para vencer al frío y al miedo; leer a los genios que siempre supieron flotar en las tormentas vitales… y encontrar una buena chimenea que permita hacer un corte de mangas a la sangrante factura eléctrica.