La más grande’ aparece risueña promocionado una conocida marca de pintura. Habla con su alter ego sobre las diferencias entre un bote de acrílico azul y otro, en este caso de pintura sintética cuyo tono vira entre el rojo y el coral, vestida de dichas gamas cromáticas para la ocasión. En este spot, rodado en 1990, una rumbosa Rocío Jurado mantiene una conversación consigo misma cuya analogía se parece demasiado a lo que sentimos ante los dos peores años de nuestra historia reciente. «Es lo mismo», afirma, «pero no es lo mismo», se auto responde. «Pero si lo estoy viendo», asevera señalado uno de los productos. En ese momento aparece en escena por partida doble dudando sobre sus propias verdades para concluir sentenciando, mientras se lleva una mano a la barbilla: «pero no es lo mismo».

Esta metáfora con aliento flamenco ha servido para que circule por Twitter una correlación que pone de manifiesto que este año ha nacido herido de muerte y con idéntico diagnóstico que el anterior. En esencia, que 2021 pinta muy mal.

Ya lo ven, el 1 de enero parecía una meta a cuya llegada se disiparían los sinsabores sufridos desde marzo del año pasado, y según han ido deshojándose las semanas nos hemos dado cuenta de que no es más que una nueva pantalla de este macabro juego. Las Navidades y los festines familiares han prevalecido sobre la responsabilidad y la coherencia para terminar dándonos de bruces con un empacho descontrolado de ingresos y de positivos. Los kilos de más de pesimismo no nos caben en esta báscula y el frío que estamos sufriendo es mucho mayor de lo que marca el termómetro. En mi caso se traduce en más de 365 días sin ver a mis padres, hermanos y sobrinos. Ya se lo vaticiné en mi último artículo del año: si nos empeñábamos en fingir que las zambombas de Nochebuena, de Nochevieja o de Reyes serían armas lo suficientemente potentes como para combatir a la peor pandemia del siglo lo llevábamos chungo y la falta de luces de muchos se pasea ahora por los hospitales desangelados de todo el país donde uno de cada cuatro pacientes ingresados en las UCIS son ya carne de COVID-19. Hoy los aplausos a los sanitarios parecen cortes de mangas.

La vacuna, esa estrella dorada que se presentaba como la salvadora que nos guiaría hasta el camino a Belén, se está inoculando a un ritmo tan lento que nos impedirá recuperar nuestras vidas hasta dentro de cinco años, y los negacionistas, que ahora se sorprenden incluso porque la nieve pueda teñirse de hollín, ganan cada día más adeptos entre teorías bizarras y conspiracionistas. Los tontos han tomado el Capitolio, los ‘listos’ que nos gobiernan no han impedido que suba la luz y los pardillos que intentamos hacer bien las cosas solo pagamos impuestos, platos rotos y cerramos nuestros negocios cada día más desangelados con la impotencia de quienes ven cómo las cabras se tiran por el precipicio en vez de enfrentarse a sus miedos.

2021 es lo mismo que 2020, aunque no debería serlo. Hemos descubierto que esta enfermedad se mantiene a raya si usamos mascarillas y permanecemos el mayor tiempo posible en espacios abiertos y, sin embargo, son muchos los que han celebrado fiestas multitudinarias para despedir el año entre gritos y pitos. La música, la hostelería, el turismo, el comercio o el periodismo están heridos de muerte ante la ausencia de ingresos y el hambre se cuela en casas donde esta palabra nunca se había escuchado. Nos confinarán de nuevo, pasaremos un febrero calentitos entre sofás y series, porque hemos querido que este nuevo ejercicio sea tan flácido como el anterior. 2021 no debería ser lo mismo que 2020, pero al ritmo que vamos será la segunda parte de esta película de terror en la que somos protagonistas sin ánimo ni vocación de serlo.

Es una pena que escribir algunas veces no sirva para hacer pensar, y que la voz de Rocío Jurado cantando «ahora es tarde, señora» no pueda volver a llenar escenarios.