A yer mi madre, subida a una silla mientras tendía la ropa, tropezó y se cayó al suelo. Un golpe duro en la muñeca, torcedura del cuello y raspones en la cara además de sangre en la nariz. Como decimos en Madrid, un cuadro.

Aun así, como mujer fuerte y resistente que es, me dejó un mensaje en el móvil diciéndome que no me preocupara, pero rápidamente fuimos hasta Urgencias de Can Misses. Quien me conoce sabe que no soy de montar líos ni gresca, pero allí vivimos una situación que me demostró que como sociedad tenemos mucho que mejorar. Entiendo que con el coronavirus las medidas son más estrictas para no propagar los contagios y que los celadores andan con mucho estrés, pero también creo que la humanidad y el respeto tiene que primar por encima de todo. Sé que ellos no hacen las normas y que éstas están para cumplirlas, pero no es lógico que a un hijo no le dejen acompañar a su madre en urgencias, con 70 años, desorientada, en silla de ruedas, con dolores intensos y la muñeca rota. Y lo peor son las formas. Con los años he comprendido que las leyes y las normas están para respetarlas, pero en ocasiones se puede ser flexible, teniendo en cuenta que somos dos convivientes y te diriges con educación para pedir, casi rogar, que te dejen quedarte con tu madre. No hubo manera.

Cuatro horas de nervios, de aquí para allá, comprando un cargador para el móvil y comiendo galletas, hasta saber los resultados. Finalmente, todo ha quedado en un susto importante, pero en un susto. Mi madre es dura del roquedal y si no pudo con ella un ictus no va a poder una caída y hoy ya está leyendo El Jueves. Y del resto, mejor no darle más importancia. Es un pequeño inconveniente a mejorar en el futuro porque el personal de Can Misses siempre nos ha atendido con gran profesionalidad, eficiencia y empatía.