La imagen de unos particulares, Miquel Munar y varios empresarios, reunidos delante de la Catedral de Mallorca para exigir un plan de vacunación efectivo para nuestro Archipiélago invita a reflexionar. Estas personas están exigiendo al poder político que haga lo mismo que se está haciendo en otros lugares del mundo; que se vacune y se salven vidas. Los datos de cómo la mortalidad está cayendo rápidamente en esos países confirman que vacunar es la única salida a esta pesadilla. Ver que, al mismo tiempo, el portavoz del Govern para estos asuntos, nos habla de una cuarta ola, no parece muy alentador.

Daría la impresión de que Munar y quienes le acompañan estuvieran pidiendo una excentricidad, pero es que islas como las nuestras están siendo masivamente vacunadas en todo el mundo. Porque una isla es terreno acotado, en teoría más abordable. Las Seychelles ya superan el sesenta por ciento de vacunación; las Feroe (Dinamarca) nos doblan. Malta, que también compra sus vacunas vía Europa, está en el doce por ciento de inoculados.

Pero es que no son sólo las islas las que nos sacan distancia. Hay muchos países enteros que multiplican varias veces nuestras vacunas. Israel, por ejemplo, ya vacuna a los mayores de treinta y cinco años; la humilde Serbia, llega al catorce por ciento de la población; los Emiratos Árabes superan el cincuenta por ciento.

La cuestión es un poco más ofensiva cuando nos comparamos con Gran Bretaña, un país de sesenta millones de habitantes, que el sábado pasado llegó a los quince millones de vacunados y supera el veintitrés por ciento de la población ya inoculada. Estados Unidos, un país de dimensiones continentales, duplica el porcentaje de nuestros vacunados.
A mí, en todo caso, lo que me parece más tremendo es que Chile, un país de los que nosotros llamaríamos despreciativamente ‘tercer mundo’, que no depende del turismo como nosotros sino del cobre, que no tiene el potencial de la Unión Europea, que no produce las vacunas, que ha de salir talonario en mano a pelearse con otros compradores, estaba este martes pasado en el doce por ciento de vacunados.

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Cualquiera con sentido común tiene que llegar a la conclusión de que tenemos un problema profundo cuando vamos tan rezagados en salvar las vidas de nuestros conciudadanos. Porque cada día que nos retrasamos en vacunar estamos hablando de muertes. Los vacunados de hoy, en dos semanas empezarán a estar verdaderamente protegidos del virus. No vacunar hoy significa atrasar ese momento y, por lo tanto, mantener altos los índices de mortalidad. No me extraña que el Govern hable de cuarta ola, porque a este ritmo de vacunaciones, llegaremos a vivirla.

En algunos países se ha optado por vacunar una vez a muchos en lugar de dos veces a la mitad. Es una fórmula inteligente para proteger a más gente. Antes de doce semanas se aplicará la segunda dosis, que refuerza la protección. Nosotros parece que hemos apostado –enchufados aparte– por vacunar dos veces a la mitad de la población y que los demás esperen a más vacunas. No me parece muy inteligente.

Admito que a mí no me gusta nada el argumento de que nosotros en Baleares merecemos las vacunas antes que otras regiones porque tenemos turismo. No es una idea que se pueda explicar fácilmente. Yo creo que toda España, el país entero, debería tener vacunas. Y basta. Todos. Si los americanos las tienen, si el pobre Chile las ha conseguido, no hay otra explicación de este fracaso que la inoperancia de nuestras instituciones, de nuestros gobernantes. Estamos enredados en nuestras miserias sin darnos cuenta de que el mundo nos está dejando en ridículo.

Yo no me resigno a admitir que nunca pudimos ser como Australia, donde jamás han tenido el virus. Si aceptamos que al principio se cometieron errores, sigo sin entender por qué siendo islas, con fronteras perfectamente controlables, no hemos sido capaces de actuar con contundencia en fases más tardías. Es que ni siquiera en Ibiza o en Menorca, más pequeñas y controlables, hemos podido exhibir capacidad de gestión. Un año después, parece que seguimos sin aprender ni siquiera a vacunar.

Ahí nos tienen, abordando esta epidemia igual que se hacía hace cien, quinientos o mil años, aislándonos en casa. Pero encima, cuando aparece la vacuna, no parecemos capaces ni ser ágiles. Evidentemente, para nosotros es mucho más fácil dar de desayunar, comer, cenar y entretener a quince millones de turistas concentrados en seis meses que no vacunar a un millón de conciudadanos de quienes tenemos todos los datos y que nos están esperando ansiosos con el brazo preparado.