Hace unos días la versión digital del diario As publicaba el artículo Valverde se llevó el Audi más caro; Benzema, el más barato. Hacía referencia al acto anual en el que la marca de vehículos alemana entrega coches a la plantilla del Real Madrid.

Cada jugador escoge el que quiere y así, por ejemplo, el joven centrocampista uruguayo Federico Valverde, de apenas 22 años, se llevaba a casa un RS Q8 quattro tiptronic, valorado en más de 160.000 euros. El resto de sus compañeros se decantaron por modelos que van desde los 148,450 euros del brasileño Carlos Casemiro al más barato del delantero francés Karim Benzema, un sencillo Q5 40 TDI quattro S tronic cuyo valor en el mercado alcanza los 52.930 euros. Los jugadores del Real Madrid no son los únicos de los principales equipos del mundo que reciben estos regalos ya que muchas marcas ven en ellos un potencial atractivo para mejorar su imagen y sus ventas. Hasta ahí perfecto. No se puede objetar nada porque son empresas privadas y hacen con su dinero lo que consideran más oportuno. Sin embargo, y sin querer hacer demagogia, me produce cierto desasosiego pensar que ese dinero no se destine, por ejemplo, a las colas del hambre, a los autónomos, a las empresas que cierran todos los días para no volver a abrir nunca más, a los que viven en los campos de refugiados o a aquellos que se cruzan medio mundo en busca de un futuro mejor, quedándose en la mayoría de las ocasiones a mitad de camino. La culpa no es de Federico Valverde porque es lícito querer mejorar y crecer en la vida, sino de la sociedad y el mercado tal y como está montado.

Reconozco que nunca entendí en exceso esto del marketing y por eso no sé cuánto de rentable es para esas marcas invertir en que su imagen se asocie con ellos y no con los que luchan diariamente para sobrevivir. Tal vez sea porque cada vez me veo más fuera de este mundo y más dentro del otro.