Resulta tan obsceno como revelador que las dispares y diversas administraciones que tienen competencia sobre la bahía de Portmany no hayan tenido jamás una reunión conjunta. Tal exceso de burrocracia y tanta falta de organización muestran una insultante desidia y grave irresponsabilidad de los supuestos responsables.

Estos dislates salen a luz por la viva polémica y diferentes intereses que provoca el tráfico de ferrys en una de las bahías más hermosas del mundo, llamada Portus Magnus en tiempos de los romanos y protegida por el abrazo de Conejera, que según cuenta la leyenda fue la cuna del gran Aníbal Barca.

La bahía siempre ha sido la gran baza de San Antonio, un pueblo lúdico y marinero que fue meca turística lujosa y sensible antes que los brutos de miras pretendieran condenarlo a coto hooligan y ciudad dormitorio. Muchas cosas se han hecho mal, pero la privilegiada geografía, su luz y calor nativo invitan a una merecida resurrección en calidad de vida y atractivo turístico más allá de los pictos. Para eso es imprescindible mejorar limpieza, seguridad y mimar la bahía. Los criminales emisarios putrefactos y fondeos ilegales se suman a los graves daños medioambientales –científicamente demostrados— que provoca el tráfico de ferrys.

No se puede tener todo (el riesgo es hundirse) y el momento actual es clave. Pescadores, hoteleros, Club Náutico, comerciantes y vecinos se han pronunciado claramente en contra del tráfico de unos ferrys que destrozan innecesariamente el equilibrio de la bahía, colapsan, encallan y alteran el ritmo social del centro urbano. Tanto más absurdo cuando tienen un puerto perfectamente acondicionado en Ibiza que garantiza su labor fundamental.

Es de sentido común.