«Òstia! San Francisco ha agafat pista»... Con un tono de humor ácido. Así me llegó desde Madrid y vía WhatsApp de la amiga Inés la noticia de la muerte de Enrique San Francisco. Era mediodía y me cogió con una cerveza en la mano. Cosas de la vida. ¡Qué mejor homenaje al fenómeno de Quique que el buen humor corrosivo y unas cervezas!
Muy pronto se giró un mes de marzo que había empezado con buen pie con una tiradita de kilómetros que nos llevó por Ses Salines y el Cap des Falcó hasta la Torre de ses Portes.

Mientras andábamos por allí, el bueno de San Francisco cruzaba metafísicamente las puertas del cielo, un tránsito que ya inmortalizó años atrás con un sketch marca de la casa. Tras toparse con San Pedro, San Francisco ponía su mejor perfil (Quique, como Julio Iglesias, también tenía un perfil bueno) para espetar un ¡Qué inhóspito! ¡ni un puto bar! … Y es que los bares tenían un papel importante en el modus vivendi de un verso libre al que conocí durante mi paso por Madrid, entre Moncloa y Gaztambide. La carrera de Ciencias de la Información dejaba muchas horas libres y los miércoles, jueves y fiestas de guardar tocaba cervecear o lo que se terciase en el entorno del Galaxia. Días de vino y rosas en El Narizotas, El Chapandaz o El Anjupe. Y por allí casi siempre andaba él, con su padre, su gran perro y una rubia en la mano, preferiblemente Mahou. Mi afición por la crónica negra y sus papeles en la filmografía quinqui: Navajeros, El pico y Colegas, y su carismática presencia en la serie Los ladrones van a la oficina fueron la conexión. Las cañas, también.

El lunes su corazón se paró. ¡Qué inhóspito se nos está quedando el mundo! Siempre nos quedará el Cascales de Amanece que no es poco. Y cuando se pueda, nos vemos en los bares.