La semana pasada analizaba la situación creada a raíz de la detención de Hasel, ese pupilo aventajado del oso yogui encumbrado a ídolo de los jóvenes izquierdistas uniformados de negro y pasamontañas, los separatistas de padres extremeños o andaluces, la chusma aficionada a la ropa de marca por cuenta ajena y los denominados antifas que seguramente se denominan así por tener dudas de cómo se escribe correctamente. Y es que, por desgracia, la progresía española posee una infinita destreza para, como si fuesen conejos extraídos de la chistera del analfabetismo militante, sacar cuando se le antoja oportuno algún banderín de enganche para agitarlo con el mismo énfasis con el que Moisés blandiera su vara al separar las aguas del Mar Rojo (ya sea contra la Guerra de Irak y Afganistán en la que seguimos presentes y que diríase que se desarrolla con balas y bombas de plastilina cuando gobierna ellos, el de un perro sacrificado por tener contacto con un enfermo de Ébola, el del negro asesinado por la policía en un país con 20.000 muertes violentas anuales, del feminismo enseña tetas para el que todos los hombres somos violadores en potencia o el que nos ocupa ahora, el de la libertad de expresión de verdad verdadera) para que las masas carentes de autoestima y dos dedos de frente, agiten las calles, se lleven los porrazos en la espalda y, en definitiva, desvíen la ateción de los problemas realmente acuciantes para el pueblo. Y es que tras esas doce noches de gravísimos disturbios y todo lo que orbita en torno a ese homínido furioso que rapea anunciando la caída del sistema (ojo, para prometernos en trueque la abundancia de la cartilla de racionamiento, el vecino delator, la censura roja y la alambrada de espino) con la misma convicción con la que el predicador majara de Ohio anuncia la llegada del mesías definitivo y la misma creatividad y, por qué no decirlo, aspecto físico que Falete, encontramos la connivencia asquerosa de la progresía española, el blanqueamiento de los medios de comunicación al servicio de lo que diga su amo y la pasividad manifiesta y sumisión de la policía a unos mandos politizados. Así es y cuando sus hordas de niñatos pirómanos salen a la caza del agente, el contenedor y el escaparate, es preciso que se alcance un nivel de violencia insoportable para la sociedad para que empiece a cuajar algún reproche y se tomen ciertas medidas, eso sí, cuestionando siempre la acción de la policía (que se defiende a porrazos en vez de arrojarles flores). Y cabe preguntarse cómo diablos es posible que en un país donde cientos de miles de negocios permanecen cerrados y condenados a la ruina bajo unas medidas de confinamiento draconianas, el que se les permita durante doce días a esas turbas de licenciados en cogollos de marihuana y ocupación de viviendas, manifestarse, apedrear, destruir mobiliario urbano y, ya de paso, intentar asesinar algún agente de polícia, si puede ser hecho a la brasa, tanto mejor (por cierto, en Francia condenaron a un antisistema a siete años de prisión por quemar un coche de policía sin nadie en su interior, mientras que aquí, imagino la posibilidad de que a los detenidos acabarán por imponerles de castigo copiar unas cincuenta veces: “Eso no se hace”). Tomad nota, políticos ineptos y cómplices, de estos consejos; si el primer día de convocatorias ilegales, porque imagino que si los negocios permanecen cerrados a cal y canto, las manifestaciones de simios levanta barricadas y saquea tiendas deben de estar doblemente prohibidas, repito, si el primer día de concentraciones no autorizadas, se encausa y persigue a los convocantes, se les dispensa un poco de jarabe de palo a los primeros tontos del pueblo que aparezcan con sus chandals, macutos y pasamontañas, se le cobran la totalidad de los gastos por los desperfectos a los detenidos o, en su defecto, a los padres, se expulsa del país a los extranjeros que participan en tales altercados y a los naturales se les aplica un correctivo severo (en la retina de todos hay grabados varios incidentes en los que sencillamente se pretendía asesinar algún agente) y, además, se le impone las multas pertinentes a cuanto manifestante se identifique por infringir las medidas aprobadas contra el Covid 19… ¿o es que a los bárbaros cuya única función es encender hogueras y hacer destrozos son menos merecedores de las copiosas multas que sí se le imponen a los demás mortales por no llevar mascarilla, hacer botellones o fiestas, pasear a según a qué horas o desplazarse más allá del perímetro de confinamiento? Es muy fácil y lo sabe (menos el Gobierno, su millón de asesores y los dirigentes autonómicos), hasta los niños pequeños, aplíquese la Ley con severidad y los niñatos acumula selfies entre las llamas de los contenedores verás como se quedan en casa y si lo que quieren es un estallido de violencia gratuito (que les quede claro que si lo que buscan es un subidón de adrenalina, tanto mejor que se dediquen al puenting, escalada o parapente), que no se les prive de experimentar en sus propias carnes el dolor que conlleva tal deseo, que a la postre, también puede resultar un método efectivo de Educación para la Ciudadanía para los cerebros fosilizados por su nefasto sistema educativo. Y es que el problema, como sucede en este caso, se agrava cuando a esos mermados mentales le envías el mensaje de que puede convertir su ciudad o pueblo en una réplica de la Roma de Nerón (¡personaje con el que Hasel comparte psicopatía y una lamentable inclinación a la composición de ripios insufribles!) porque no va a pasarle nada y encima, con un poco de suerte, se va a volver a casa con una sudadera Nike o un bolso de Versace para la novieta que se pasa las horas mascando chicle mientras zapea entre Sálvame, La Isla de las Tentaciones o Firts Date. Son pocos energúmenos, muy pocos, gracias a Dios, la inmensa mayoría de la juventud española es diferente, pero aún siendo pocos, es gravísimo el que la izquierda tenga siempre a mano esa Stasi para su uso inmediato y representa una amenaza enorme para la democracia y los ciudadanos normales, porque en esa huestes de barriobajeros, en esos Tonton Macoutes siempre prestos a la feliz algarada; ya sea para realizar escraches, rodear parlamentos, denunciar hospitales, apedrear actos y carpas de los que piensan distinto o prenderle fuego al mundo entero porque el vecino tiene la música alta, palpita casi imperceptible, de momento, la misma semilla del odio y provocación que ya intentase en el año 34, para lograrlo finalmente en el 36, convertir toda España en una inmensa pira funeraria. Y, que no quepa la menor duda, si no se corta de raíz esa violencia mimada por el Estado, tarde o temprano lograrán que las víctimas se cansen de poner la otra mejilla y respondan con la misma moneda, que parece ser realmente lo que buscan, para contemplar desde los sofás de sus mansiones bien custodiadas, como las llamas acaban con todo.