Estamos ya inmersos en el segundo año de la pandemia y la pregunta que nos hacemos todos es cuándo acabará. ¿Podemos situarnos en que lo peor ya ha pasado? Bien podría ser que sí, pero cuidado con las nuevas variantes que pueden emerger, incluida la P1, responsable de la reciente explosión de reinfecciones en Manaus (Brasil), muy preocupante.

Ahora, y hasta el verano, se trata de arrinconar al coronavirus en el nivel más bajo posible. Y mantenerlo controlado, vigilando que los esfuerzos hacia la normalidad no reactiven la transmisión comunitaria. Para ello, disponemos de varias herramientas, además de las vacunas: los test y el rastreo (incluyendo apps y geolocalización); los controles perimetrales, incluidos puertos y aeropuertos; otras restricciones de movilidad, como el toque de queda; medidas para hacer cumplir las medidas y, por descontado, las pautas generales de protección (distancia, mascarillas, higiene de manos, ventilación) y un justo apoyo económico a personas y empresas. Conviene minimizar el desescalado y llegar bien al verano, con la ayuda del cierto carácter estacional del virus. Según el reciente análisis de riesgos del ECDC (European Centre for Disease Prevention and Control), si las medidas de restricción de contactos y movilidad no continúan, en los próximos meses puede anticiparse un aumento de casos y muertes relacionados con COVID-19.

Contamos con la vacunación de los grupos ya priorizados, incluyendo los de mayor edad, lo que supone menos hospitalizaciones, y muchos menos ingresos en UCI y muertes por COVID-19. Faltaría extenderla a los grupos de personas con destacados factores de riesgo: obesidad; enfermedad cardiovascular, incluida la hipertensión; enfermedades crónicas pulmonar, renal y hepática; diabetes mellitus; y enfermos de cáncer, con trasplantes, etc, que reciben tratamiento prolongado con medicamentos que alteran el sistema inmunológico. Deberían priorizarse ya. Ello podría mejorarse mediante modelos tecnológicos como el ‘QCovid® risk calculator’, un predictor desarrollado por la Universidad de Oxford, que ya se aplica en Inglaterra, para identificar las personas más vulnerables. Combina edad, origen étnico, índice de masa corporal, y ciertas afecciones y tratamientos médicos (detalles en www.qcovid.org) y ahora se dará prioridad a 800.000 adultos vulnerables de entre 19 y 69 años de edad.
Los test y el rastreo son las asignaturas pendientes, siendo como son esenciales para la estrategia adoptada de ‘convivir con el virus’, al aproximarnos a 50 casos por cien mil habitantes en 15 días. Esperemos que hayan mejorado y funcionen para evitar la cuarta oleada. Habrá que extremar esta vigilancia y, además, secuenciar mucho más, para seguir las nuevas variantes e identificar otras nuevas que podrían eludir la inmunidad adquirida. Anima saber que algunos gobiernos y las principales empresas farmacéuticas ya preparan las vacunas de segunda generación, incluso pensando en su uso como dosis de refuerzo para las vacunas ya administradas.

Continúa el peligro de Madrid, con su estrategia imprudente, y una factura de miles de muertos. Una amenaza que ilustra la importancia de los controles perimetrales, en aeropuertos y puertos, en donde las aplicaciones informáticas deberían ya jugar un papel fundamental, además del también esperado ‘pasaporte sanitario’, o registro personal de vacunaciones, PCR y otros test e historial COVID-19, junto a otros usos.

Desde luego, ya quedan pocos que dudan de la importancia de la ciencia en nuestras vidas y el ejemplo lo han aportado las vacunas. Nos referimos al conocimiento cierto, racional, objetivo y verificable, de la naturaleza, de quienes la habitamos, de los fenómenos que se suceden, sus mecanismos y posibles controles, extendido al asesoramiento científico de los problemas: transparente, independiente y excelente. Un asesoramiento que, bien estructurado, el gestor debiera sopesar, en la base de las decisiones políticas. Algo que no hemos tenido en España, lo que, por ejemplo, además de confusión, ha condicionado importantes retrasos en temas vitales, como las mascarillas, el espaciamiento entre dosis de las vacunas, la no priorización de vacunar a quienes ya han pasado la enfermedad, la priorización de vacunar ciertos grupos también muy vulnerables, el levantamiento apresurado de restricciones, etc. Y su ausencia (que pocos políticos lamentan) nos seguirá pasando duras facturas en salud y economía.

Llegarán nuevas medicinas. Los millares de ensayos clínicos en todo el mundo (antivirales, inmunomoduladores y otros candidatos que actúan a través de diversos mecanismos) darán sus frutos. Ahora cabe destacar la buena noticia de la Agencia Europea de Medicamentos (EMA), que ha evaluado el REGN-COV-2, un cóctel de dos anticuerpos monoclonales (casirivimab y imdevimab) diseñados para unirse a la proteína SPIKE del SARS-CoV-2 en dos sitios diferentes, impidiendo su ingreso en nuestras células. Son los de la empresa REGENERON, que resultaron efectivos en la curación de Donald Trump. La Agencia ha concluido que el REGN-COV2 puede usarse para el tratamiento de pacientes que no requieren oxígeno suplementario y que tienen un alto riesgo de progresar a COVID-19 grave. El comité evaluador de la EMA constata «clara eficacia clínica» en reducir la tasa de hospitalización y mortalidad con las dosis probadas y se ha difundido que el primer análisis de 400 participantes de alto riesgo evaluables en el ensayo de prevención de fase 3, concluyó que la ‘vacunación pasiva’ con REGEN-COV previene prácticamente el 100 % de casos sintomáticos por SARS-CoV-2. Tanto es así, que el comité ha recomendado detener el reclutamiento de voluntarios del grupo placebo, pues no sería ético seguir administrando placebo a pacientes afectados de COVID-19, sabiendo que REGEN-COV funciona. Un cóctel similar (Storm Chaser) de AstraZeneca, está también completando sus ensayos en fase 3 y se espera una próxima autorización. Aunque tengan limitaciones como que su uso (aunque sea dosis única) se restringiría a la primera semana tras la infección y a casos de pronóstico grave; su elevado coste (≈2.000 euros); y la vía de administración intravenosa. Con todo, EEUU ya ha reservado más de un millón de dosis y Alemania unas doscientas mil. Cabe reflexionar en lo que supone disponer o no de esta reserva.

La importancia de mejorar el sistema de coordinación mundial ante las amenazas se ha puesto en evidencia. La OMS (Organización Mundial de la Salud) ha jugado un papel digno, pero adolece de falta de recursos y competencias y, al igual que el ECDC, debería reestructurarse. Ante las críticas, recordemos que el 31 de diciembre de 2019, la oficina de la OMS en China ya recogió y tradujo la (aparentemente simple) notificación, aparecida en la web de la comisión municipal de salud del ayuntamiento de Wuhan, sobre «casos de neumonía viral», y varias autoridades sanitarias en el mundo reaccionaron. Las informaciones se sucedieron y ya el 5 de enero de 2020 se compartió información detallada y recomendaciones, a través del Sistema de Información de Eventos al que acceden todos los Estados miembros. Resulta evidente que el eco (y las medidas) que se iban produciendo en las diferentes regiones del planeta, ha sido diverso y, desde luego, los países austrasiáticos han respondido más eficazmente que Occidente, con medidas basadas en la ciencia y las nuevas tecnologías (incluyendo geolocalización) desde el primer momento. El escaso eco en Europa y EEUU de los primeros y sucesivos avisos de la OMS (transparentes en su web), muestra la necesidad de un sistema mundial de alarmas y coordinación de esfuerzos, mucho más influyente.

El cumplimiento de las medidas es esencial en todas las etapas, pero el reto que ahora añade más incertidumbre es la amenaza de ‘fatiga pandémica’, en todos los ámbitos, progresiva tras un año de restricciones, porque no podemos bajar la guardia, aunque es posible que lo peor haya pasado.

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Andreu Palou | Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular y Grupo de Nutrigenómica, Biomarcadores y Evaluación de riesgos (UIB-CIBEROBN-IDISBA-ALIMENTÓMICA)