Este cuarto domingo de Cuaresma es el llamado “laetare” ( Alegraos). La alegría se debe a que se acercan ya las fiestas pascuales. Dios mandó a Moisés construir una serpiente de bronce y alzarla en un mástil. Todos los mordidos por las serpientes venenosas del desierto, al mirar a la serpiente de bronce quedaban curados. Jesús compara este hecho a su Crucifixión. Cuando el Señor sea levantado en la Cruz, todos los que la miren con fe encontrarán la salvación.

Recordemos al ladrón arrepentido que, crucificado con Cristo, mira al Señor con fe y le suplica un recuerdo. Ahí vimos el poder salvífico de Cristo en la Cruz: ese hombre descubrió en el crucificado al Mesías que de inmediato le promete estar en el Paraíso aquel mismo día. El Hijo de Dios ha tomado nuestra naturaleza humana para dar a conocer su amor misericordioso. Él nos ha librado del pecado y de la muerte a todos los que miremos a Jesucristo con fe y amor. Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito. Nos envió a su Hijo no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

La muerte de Jesucristo es la manifestación suprema del amor de Dios por los hombres. San Juan en su primera carta nos dice: ”Dios es amor”. Ese amor que se difunde y se prodiga. Todo esto se resume en esta gran verdad que todo lo explica y todo lo ilumina. Jesús me amó, dice San Pablo, y se entregó a la muerte por cada uno de nosotros. Si Dios nos ha creado, si nos ha redimido, si nos ama, si nos espera a todos para acogernos entre sus brazos, como aquel padre de la parábola a su hijo pródigo, ¿cómo no va a desear que lo tratemos con mucho amor?.

El hombre no puede vivir sin amor. Jesucristo exige como primer requisito para participar de su amor la fe en Él.

Con el don de la fe pasamos de las tinieblas a la luz y entramos en camino de salvación.
No me mueve, mi Dios para quererte, el cielo que me tienes prometido; ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido; muéveme el ver tu cuerpo tan herido; muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor…