Durante años escuché en casa la historia de jóvenes idealistas que se enfrentaban a los grises para conseguir mayores libertades en la época de Franco. En juego estaba la democracia y la ilusión por cambiar el mundo. Al menos hasta que muchos de los que cantaron L’Estaca, Al vent, Libertad sin ira o el Canto a la Libertad se dieron de bruces con la realidad del comunismo, con lo que había detrás del muro de Berlín o descubrieron que debajo de los adoquines ya no había arena de playa.

Me consta que muchos de aquellos luchadores a los que aún considero grandes referentes están desencantados con todo lo que ha venido después. Han descubierto que queda muy lejos aquel mayo del 68, aquella Primavera de Praga o si me apuran Saint-Denis, sus revueltas estudiantiles y hasta Sartre, Althusser, Dani el Rojo o Sauvageot.

Por eso muchos miran con indignación e incredulidad lo que sucedió este miércoles en Madrid cuando la Policía Nacional cargó contra manifestantes congregados en Vallecas para impedir un mitin de presentación de la candidatura de Vox. La violencia no es ningún camino. Con ella se pierde cualquier ápice de razón en la defensa de tus convicciones por más que pienses que la idea era calentar el ambiente eligiendo un lugar siempre asociado a la izquierda más obrera y también más golpeada socialmente tras ser abandonada sistemáticamentre durante décadas por los partidos de izquierdas y de derechas.

Por más que defiendan que estamos ante un partido fascista, el diálogo siempre es la mejor vía. La calma, la tranquilidad, el intercambiar opiniones escuchando a los demás y si me apuran las sentadas pacíficas. El ocupar las calles sin violencia ni destrozos. Algo complicado pero a la vez sencillo si hay memoria, se lee y se contrastan opiniones, de uno y otro bando, para no cometer errores del pasado.

Sin embargo, parece que ahora lo único que vale es la confrontación, la violencia y las acusaciones ruines para que ganen unos pocos mientras pierdan, perdamos, los de siempre, los ciudadanos. Que lástima. Que lejos queda Saint-Denis, que lejos aquel París… al final pienso que todo dio igual y no hemos aprendido nada.