Una terraza de Ibiza, en una imagen de archivo. | Toni Planells

Que el Govern Balear no haga caso de su propio semáforo de la desescalada indigna pero no sorprende. Te obligan a tragar ruedas de molino por eso de una incierta seguridad y luego, cuando los objetivos se cumplen, van y traicionan su prometida recompensa, el caramelo a los perros de Pavlov. ¡Eso sería causa de motín en cualquier galeón o patio de colegio! Pero el miedo aborrega… hasta que salta la chispa.

Los mamones del poder prefieren dictar o prohibir a los que gobiernan mientras ellos mismos se saltan las normas. Ya decía Oscar Wilde que la única forma de vencer a una tentación es caer en ella. Y estos progres que no cumplen sus promesas (un progreso de lo más decadente) han sido pillados gin-tonic en mano fuera del toque de queda o asistiendo a una comilona que hubiera sido causa de multa para cualquiera ajeno a la secta. Pecadillos de lo más comprensibles en tan amables tentaciones, pero absolutamente escandalosos cuando tanto putean y demonizan a bares y dipsómanos.

También en el gobierno de España el estado de alarma ha sido una herramienta magnífica para cortar libertades y no dar explicaciones. Da igual la errante gestión de la pandemia (con cambio de jeta ministerial incluido), los esperpénticos cambios de rumbo, el confinamiento más duro fuera de China, el torpedo a la frágil separación de poderes que ha provocado la denuncia de los jueces españoles en Europa, la clamorosa falta de actividad parlamentaria, el soporífero aló presidente, los ataques a una prensa libre que desean silenciar, el incremento de un sectarismo insultante y los impuestos en plena ruina… La excusa del apocalipsis les ha dado carta blanca en su cara dura y no atienden a semáforo alguno.