La líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas.

Los pescadores aficionados sabemos que un pez no es nuestro hasta que está dentro del barco y que durante la lucha hasta subirlo a bordo hay posibilidades de que escape y se salve. En política pasa algo similar y es que no se puede dar por muerto a un partido o un candidato hasta que la ciudadanía lo abandona efectivamente en las urnas.

Ciudadanos ha mordido todos los anzuelos que le han puesto y Madrid ha sido el sello a la sentencia de muerte que les firmó la ciudadanía en las últimas elecciones generales. A Inés Arrimadas se le está poniendo cara de Rosa Díez y todo apunta a que la formación naranja ya sólo puede aspirar a ser una simple anécdota a pie de página en la historia política de este país. La joven lideresa ha conseguido un efecto centrífugo mediante el cual envía cargos al PP a velocidad de crucero. Han pasado de provocar temor en las filas populares a provocar ternura.

En Baleares, Biel Company ya se frota las manos viendo como Ciudadanos es una naranja madura a la que ya puede exprimir sin mancharse y así salir de ese angosto pozo de 16 escuálidos escaños desde los que intenta hacer oposición. Tres de los cinco diputados naranjitos en el Parlament, liderados por el ibicenco Maxo Benalal, protagonizan ahora su última batalla para relevar a la portavoz y coordinadora del partido, Patricia Guasp, algo que les va a costar un expediente.

En Ibiza, difícil dicotomía tiene ahora el líder del partido Javier Torres: apoyar al comité autonómico del que forma parte o a su compatriota díscolo. Tal vez viendo la inminente desaparición de la formación este sea ahora el menor de los problemas para Torres. Su buena gestión al frente del departamento de transportes no será suficiente para rascar la menor representación institucional. Requiescat in pace.