José Ignacio Monge ‘Tato’, Francisco Mayans y Carlos Tur en uno de los viajes que realizan a Ibiza tres veces a la semana para recibir tratamiento de diálisis. | Daniel Espinosa

Francisco Mayans tiene 83 años y vive en La Mola (la isla dentro de la isla). Sus riñones hace algunos años que decidieron dejar de funcionar y tres veces por semana una máquina le conecta a la vida. Hace algunos meses sus piernas también se paralizaron y necesita la silla de ruedas para moverse.

Todos los lunes, miércoles y viernes se levanta a las 7 de la mañana. Una ambulancia le baja de La Mola al puerto, sube a la barca en silla de ruedas y al llegar a Ibiza otra ambulancia le recoge para llevarle a Can Misses a someterse a la hemodiálisis, y lo mismo en la operación retorno.

Francisco vuelve a su casa agotado y de mal humor. Cuando se inauguró el Hospital de Formentera, en 2007, todo el mundo en la isla repetía el mantra: «Ya podemos nacer y morir en Formentera», y además los enfermos de riñón podían tratarse «en casa».

Actualmente no es posible recibir este tratamiento en la isla, y Francisco, Tato, Carlos y ahora también Toni deben cruzar es Freus seis veces por semana, en muchas ocasiones con muy mala mar y alguna incluso en helicóptero, cuando las barcas no podían navegar.
El pasado noviembre Francisco vio la luz al saber que el Parlament balear había aprobado implementar de nuevo la hemodiálisis en Formentera durante el primer trimestre del año. Seis meses después, todo sigue igual y nadie sabe nada.

Si contratar a un nefrólogo es difícil, si poner en marcha una máquina de diálisis resulta complicado, imagínense la odisea que supone cada viaje a Ibiza para Francisco.

No pretendo hacer demagogia, aunque en este asunto sería muy fácil, pero me gustaría ver por un agujero a alguno o alguna de los que tienen en sus manos la responsabilidad de que esta instalación llegue ya viviendo un día de temporal dentro del cuerpo de Francisco.
Espabilen, por favor.