En Wuhan opera un laboratorio virológico de máximo nivel mundial. | Pixabay

Un proverbio chino dice: «No mates con un hacha la mosca que vuela sobre la cabeza de tu amigo». En las relaciones internacionales se cambia al amigo por los intereses. La censura científica y mediática a nivel planetario sobre el origen del virus tuvo su momento para desmontar a Trump del trono yanqui, pero hoy se resquebraja por eso de los intereses y quién va a pagar la deuda. Las sospechas de que pudo tener su origen en un laboratorio han dejado de ser una teoría conspirativa y el nuevo césar del imperio, Biden, ya manda a la CIA investigar.

La cuestión es que en Wuhan opera un laboratorio virológico de máximo nivel mundial, especializado en la investigación de coronavirus procedentes de murciélagos, y que, encima, se encuentra a pocos kilómetros del dichoso mercado húmedo donde el nuevo virus saltó –en maldita carambola natural o artificial con eslabón perdido incluido— de animales a hombres.

¿Y esperaban hacernos tragar que no existe conexión alguna?

Algo huele a podrido en Wuhan y la opacidad oriental no ayuda (tampoco la tradición comunista de no admitir error alguno). El mundo en mascarilla exige investigación y transparencia más allá de una OMS timorata. Si se demuestra que este virus fue creado por científicos a los que la nueva peste se les escapó por accidente o sabotaje, las consecuencias serán desastrosas para la imagen, los cuentos y las cuentas chinas.

¿Sabremos alguna vez la verdad? El tiempo en parámetros chinos poco tiene que ver con el occidental. En una visita a París preguntaron al entonces líder, Deng Xiaoping, su opinión sobre la revolución francesa. El mandamás chino se lo pensó unos momentos y respondió: «Es demasiado pronto para opinar».