Intentar que los hijos confíen en los padres y mantengan una buena comunicación en la familia es perfecto. | Foto de Anna Shvets en Pexels

Es habitual escuchar: “Para tener una relación buena con los hijos es muy importante ser su mejor amigo”. Intentar que los hijos confíen en los padres y mantengan una buena comunicación en la familia es perfecto. Pero plantearlo desde el plano de la igualdad (amigos) intuyo que es más difícil de conseguir.

Uno de los componentes naturales en la elección de los amigos en la infancia y la adolescencia es la semejanza, que agrupa aquellos aspectos por los cuales se eligen a los “iguales”: los mismos gustos, los mismos rituales, las mismas inquietudes, las experiencias conjuntas, las mismas necesidades, etc. En general, el nivel de amistad está relacionado con el conjunto de elementos que se tienen en común. Será difícil ser un padre/amigo, en la infancia y la adolescencia, cuando no se tienen los mismos gustos, las experiencias de vida son diferentes, el nivel de conocimiento no es parejo, etc.

Desde la perspectiva familiar, una de las funciones universales de los progenitores es la de orientación, que en esencia sería un acompañamiento educativo y emocional adaptado al proceso evolutivo de los hijos. Por lógica, el que ejerce de orientador ayuda en la toma de decisiones aconsejando, canalizando e incluso instruyendo a la persona. Además el orientador debería acreditar que tiene competencias y capacidades suficientes para serlo.

Por consiguiente, la orientación es complicada hacerla desde un plano de igualdad.

¿Se puede ser amigo de los hijos? La teoría de “la Muerte del Padre”, basada en principios psicoanalistas (Sigmund Freud, 1856-1939), intenta establecer cuándo el padre o la madre puede pasar a ser amigo. La teoría define que para ser amigo de los hijos primero se ha de “morir como progenitor.” Es decir, se ha de renunciar a las funciones de supervisión, orientación, evaluación, etc. En consecuencia, a todas aquellas que tienen que ver con la crianza y la tutorización. El hijo es un ser autónomo y completo que evoluciona ya al margen de la ayuda parental. Tras la “muerte” renace una figura en el plano de igualdad que no juzga, que entiende que su función educativa ha finalizado. Y paralelamente, el hijo no percibe estar supervisado por sus progenitores. Esta situación suele llegar cuando los hijos se independizan físicamente, psicológicamente y económicamente. Es en este momento, cuando según esta teoría los padres pueden definirse como los mejores amigos de sus hijos.

Desde la lógica se debería ser más padre que amigo con los hijos. Ahora bien, ser tutor no significa no tener una buena relación con los menores, no sentirte cercano a ellos, no dejarles libertad, no saber escuchar o apoyar. No se ha de tener prisa por ser los mejores amigos de nuestros hijos, ya que por salud familiar y evolución natural, estamos predestinados a serlo en un futuro. En la infancia y la adolescencia es momento de esforzarse en ser su mejor padre o su mejor madre practicando buenas estrategias de orientación, comunicación, cohesión y afecto que les ayudarán en sus procesos madurativos.