Controles de accesos en la prueba piloto del ocio nocturno celebrada en Hard Rock Hotel. | Marcelo Sastre

Hacer las cosas bien no siempre tiene su premio. Que se lo digan a los empresarios del ocio de Ibiza que, después de un año cerrados a cal y canto por decisión propia antes que obligados, han intentado una prueba piloto donde nada podía salir mal. Controles a la entrada con test de antígenos incluido, prácticamente todos los asistentes vacunados, mascarillas de seguridad y distancia prudencial.

El flamante conseller balear de Turismo, Iago Negueruela, vino a hacerse la foto y a disfrutar de paso de la primera fiestuqui en un local de ocio en Ibiza desde hace más de 365 días. Y me pregunto yo, ¿para qué tanta parafernalia, tanta publicidad a la prueba piloto y tanto postureo, si luego van y autorizan conciertos sin ningún tipo de control en Mallorca?

Allí no hace falta hacer pruebas piloto porque son más responsables, todo el mundo lo sabe, que los inconscientes fiesteros son de Ibiza. Porque ellos lo hacen bien y los malos son los de las discotecas y los afters y los bares de copas de aquí. Con toda seguridad no resultó nadie contagiado en la fiesta del Hard Rock, pero en los informativos y en los periódicos nacionales (y también internacionales) no se habla de esto.

Se habla de los 249 estudiantes aislados por la incomprensible dejadez de alguien que no quiso hacer caso a las recomendaciones de la Policía de Palma y de Protección Civil que desaconsejaron la realización del concierto. Y se dan las cifras de todas las Baleares, que gracias a los megabotellones de Mallorca ahora no son buenas y se nos mete a todos en el mismo saco.

La consellera de Salud, Patricia Gómez, dice ahora que no es el momento de flexibilizar medidas y eso se traduce en que el ocio en Ibiza tendrá que esperar un poco más. Y no porque aquí la prueba piloto haya salido mal. No. Habrá que esperar porque en la isla madre no han hecho las cosas bien, aunque hasta la fecha, nadie ha salido a entonar el mea culpa.

De momento el Govern congela durante una semana la desescalada de restricciones a la espera de ver cómo evoluciona la incidencia acumulada en Baleares en 14 días. Incluso el vicepresidente del Govern, Juan Pedro Yllanes, que cada vez que habla sube el pan, mentó el toque de queda, aunque solo fuese para recordar que es potestad de ésta nuestra comunidad volver a adoptarlo, todo y que sabe que el último que decretó el Govern lo anuló el Supremo.

En fin que así estamos, con estas idas y venidas. La alegría, casi euforia, de hace unos días cuando Boris Johnson nos puso en verde para que sus conciudadanos nos visiten sin necesidad de hacer cuarentena a la vuelta, ha durado bien poco. Un centenar de chavales asomados a los balcones del hotel Bellver de Palma gritando que les tienen secuestrados, deja tiritando la esperanza de muchos empresarios de las islas, que después de verse con el agua al cuello, por fin empezaban a respirar. Tanto esfuerzo para terminar tropezando en la línea de meta.