Una mascarilla abandonada en una playa de Ibiza. | Daniel Espinosa

Recuerden el momento en que el presidente Sánchez anunciaba para su propia gloria política que desde el 26 de junio los españoles podrían quitarse las mascarillas en los exteriores. La medida fue adoptada por el propio Sánchez, sin consultar con las autonomías y de forma unilateral, y se trataba de otra de las cortinas de humo, como el chuletón al punto, después de la polémica por los indultos de los independentistas catalanes. Después de lo vivido en las dos últimas semanas parece evidente que levantar la obligatoriedad de llevar mascarilla en espacios abiertos fue un error y quizás muchos contagios se hubiesen evitado manteniendo esta medida de prevención.

Porque el gran problema que hay ahora son los botellones, el contacto entre jóvenes, una situación que no se contempló en ningún momento. No parece justo que desde el Govern den la culpa a las agencias de viajes, que no han hecho nada más que lo que está reglamentado y simplemente ejercen de intermediarios, y en cambio se pase por alto que el Ayuntamiento de Palma concedió la licencia para un concierto en la Plaza de Toros.

También convendría examinar la gestión de aquellos gobiernos municipales donde se producen los botellones en plena calle y de forma multitudinario. Ya sabemos que gestionar esta pandemia es complicado, que hay muchos aspectos que todavía desconocemos, pero lo que no se puede hacer desde las instituciones es repartir culpas y responsabilidades y encubrir y proteger a los incompetentes porque son del mismo partido o socios de gobierno. Con mascarillas es posible que ahora mismo no estuviésemos en la lista de riesgo de Alemania. Y el turismo tampoco estaría en riesgo. Ay si Sánchez hubiese actuado con más prudencia y no pensando en sus intereses políticos. Ahora España no sería el país líder en contagios.