Sentada en el sofá mientras leía la prensa no pude evitar emitir un grito quedo tras toparme con un titular que decía que los casos de agresiones machistas se incrementan un 38 por ciento cuando la selección británica pierde un partido de la Eurocopa. Con la boca abierta en una mueca de repulsa, miré a mi chico sin entender nada y le pregunté cómo podía alguien maltratar a su pareja en cualquier circunstancia y de qué manera el resultado de un juego con una simple pelota podía involucionar a una persona hasta devolverla a sus orígenes más oscuros, primarios y cavernarios.

Tal vez esto sí que sea cuestión de género porque, salvo casos excepcionales, nosotras no violamos, nosotras no matamos y nosotras no golpeamos a nuestros congéneres con la saña con la que algunos primates lo hacen. Creo que los voy a llamar así a lo largo de este artículo: primates. En primer lugar, porque es lo que somos todos, ustedes y yo. Lamento recordarles nuestra naturaleza de homínidos, la misma que compartimos con nuestros primos hermanos los simios, con nimias diferencias de ADN y comportamientos. Nosotros hemos aprendido a andar de pie, a calzarnos ropa, a comunicarnos y, en algunos casos, a empatizar, a amar o a apreciar el arte (que son las características que nos diferencian de otros animales). Algunos intentamos, además, hacer de este mundo y de esta sociedad un lugar mejor y otros, simplemente, marcan su territorio y muestran sus fauces más sanguinarias a quienes se cruzan en su camino.

Un mensaje que se hizo viral en las redes sociales allende los mares del norte decía que las mujeres sufrirían los efectos colaterales de la derrota de los ingleses en la final contra Italia. Acto seguido facilitaban teléfonos de emergencias e, incluso, se ofrecían desinteresadamente habitaciones y refugio a quienes necesitasen ayuda para huir de los golpes. La paliza deportiva salió del campo y se coló en casa y quienes no entendemos de fútbol y, parece ser, de nada en este universo de locos, nos quedamos mudos.

El caso de la corona flemática se puede extrapolar a otros países, simplemente que aquí no hemos hecho estudios, ni hemos puesto cifras a una realidad que apesta tanto que su hedor es ya insoportable. Nos hemos cansado de recibir, de ser sacos de boxeo en los que algunos cargan sus frustraciones y su ira. Ya no aguantamos más tener que defendernos cuando pretenden lacerar nuestros cuerpos, cuando nos matan o nos amenazan con ir a por los nuestros y cuando el aroma del miedo se cuela en todos los rincones de nuestras casas. Mi hogar, mi corazón, es también el vuestro.

Todas somos cada nueva víctima, todas somos las adolescentes violadas salvajemente por manadas, todas somos las madres que han perdido a sus hijas a manos de quienes debían protegerlas y todas somos también, y por supuesto, el padre de Samuel, quien no volverá a verlo porque una jauría de monos decidió cargárselo en una paliza. Todas somos las esclavas sexuales hacinadas en una cama, las niñas abusadas, las ancianas insultadas, las 12 vidas arrebatadas por instintos primarios en España en lo que va de año y todas nosotras, juntas, necesitamos erradicar y eliminar de una vez estas verdades rotas.

Y sí, decir que hemos evolucionado y que somos la especie más inteligente del planeta o, incluso, del universo conocido, se convierte en una paradoja que duele tanto que nos hace salir a gritar que no hay pelotas para pararnos, que nos dan igual los goles que nos metan o los penaltis que se saquen de la manga porque nosotras, como decía Neruda, ya no somos las mismas y vamos a seguir denunciando y luchando contra la involución. Gracias a todos los que os apuntáis a este partido, juntos ganaremos.