Pablo Casado. | Europa Press

Ciertamente resulta preocupante analizar la deriva en la que está inmerso el debate político en nuestro país. La mayoría creíamos que el tan alabado proceso de transición política que tuvo lugar en España y que permitió pasar de cuarenta años de dictadura a una democracia constitucional habría servido para dar carpetazo definitivo a la etapa más negra de nuestra historia, sufrida durante cuatro décadas.

Que siempre ha habido y siempre habrá quien este dispuesto a reescribir la historia desde su propio punto de vista es indudable; ahora bien, si ello va a suponer la alteración de la realidad, como mínimo se debería tener la capacidad de rebatir lo que sin duda son falsas versiones de la historia.

Y es precisamente a partir de esta consideración que aparece la preocupación. La gota que ha colmado el vaso y que deja en evidencia al actual presidente del principal partido de la oposición es la noticia que esta semana ha corrido como un reguero de pólvora por todos los medios de comunicación y que no es otra que la patética intervención de Ignacio Camuñas en un acto convocado y organizado por el PP y moderado por el propio Pablo Casado.

Ha sido a raíz de la aprobación de la Ley de Memoria Histórica o Democrática que el PP ha decidido sacar toda su artillería y oponerse a cualquier propuesta que reconozca derechos a las familias republicanas, que como sector vencido fueron víctimas de la dictadura franquista.

Fue en el acto que antes mencionaba en el que intervino como ponente el exministro de UCD y uno de los fundadores de Vox, permitiéndose el lujo no solo de pretender reescribir la historia negando que lo ocurrido en 1936 hubiera sido un golpe de estado, sino que afirmó taxativamente que el único responsable directo de la guerra civil fue el Gobierno de la República, aunque se le olvidara recordar que ese era el gobierno elegido democráticamente por los españoles y contra el que se levantó en armas una parte del ejército que acabó instaurando una larguísima dictadura en la que durante décadas se cercenaron los derechos de todos.

Ante tamaña falacia, que por cierto debería ser delito en cualquier país que haya sufrido las consecuencias de las políticas fascistas de la extrema derecha, Pablo Casado permaneció impertérrito sin afear en ningún momento tales afirmaciones y permitiéndose el lujo de alabar el altísimo nivel de las ponencias expuestas en el acto en cuestión, que desprendía un insoportable olor a naftalina y un tufo de añoranza inaceptable.

Pero este es el camino que ha decidido emprender el nuevo PP con el objetivo puesto en tratar de derrocar al legitimo Gobierno, abanderando junto a sus socios de Vox la necesidad de enterrar y olvidar nuestra más reciente historia o modificando a su antojo la realidad de la misma. Mal camino el emprendido por la derecha y la extrema derecha de este país, que es incapaz de plantearse aquella frase de que «quien olvida su historia, esta condenado a revivirla»; aunque quizás eso sea lo que algunos desearían que ocurriera.

Lo cierto es que, a pesar del espejismo que supuso el debate de la moción de censura que presentó Vox al Presidente Sanchez y en el que dio la falsa impresión de que Casado se desmarcaba de Abascal, el PP se ha lanzado a tumba abierta a los brazos de la extrema derecha. Tampoco tiene ninguna justificación razonable el argumento que esgrime la portavoz parlamentaria del Grupo Popular, remitiéndose a una condena de la dictadura en el pasado para justificar la impresentable actitud de su presidente en estos días. Lo único cierto es que Pablo Casado con su «escandaloso silencio» ampara lo que sin duda ninguna fue un golpe de estado en toda regla.

Quiero manifestar también que se echa de menos una derecha cabal. Se echa en falta a ese sector del PP liberal y plenamente democrático que es capaz de defender sus ideas conservadoras totalmente alejado de postulados antidemocráticos. Y hago tal afirmación siendo plenamente conocedor de la existencia de este tipo de político en la derecha española ya que yo mismo he tenido la oportunidad de conocer a muchos de ellos y reconozco sería deseable que fuera ese sector, que está dispuesto a participar en política sin ningún tipo de añoranza del oscuro pasado, el que estuviera al frente del principal partido de la oposición.