Un niño pasea junto a sus padres. | Foto de Caleb Oquendo en Pexels

Nadie duda que los padres y las madres tenemos una responsabilidad primaria en el comportamiento de nuestros hijos y que las bases de una correcta socialización se cimientan en la familia. Incluso expresamos que los menores actúan como reflejo del modelo educativo que aplicamos los progenitores. En definitiva, el tipo de conducta de los hijos corresponde en gran medida a la actitud de los padres. Pero más allá de las responsabilidades parentales existen otros aspectos que influyen en los comportamientos de los menores y en el modelo de relación familiar.

Por una parte, asumimos sin complejos que vivimos en una era puramente consumista, que nuestras “necesidades de subsistencia” nos obligan a trabajar a los dos miembros de la pareja. Esto nos conlleva a delegar parte del «tiempo para educar» en diferentes agentes, bien sean parte de la familia extensa (abuelos, tíos, amigos, etc.) o servicios profesionales (guarderías, cuidadores, actividades extraescolares, etc.). Reduciendo el «tiempo juntos». Así el poco tiempo disponible en familia, como es lógico, lo queremos vivir de la forma más placentera posible. Pero para enfrentarse y abordar las vicisitudes familiares es necesario tener tiempo y energía. Y cada día es más difícil conciliar vida laboral y familiar. ¿Quién es el culpable de la falta de tiempo en familia?

Por otra parte, qué responsabilidad tienen los que gobiernan las instituciones, los reguladores del sistema social. No queremos que nuestros menores beban, pero no les protegen del alcohol, por ejemplo la cultura o el deporte están patrocinados mayoritariamente por bebidas alcohólicas, (también, en el último caso, por casas de apuestas, ya recogeremos estos frutos). No queremos que nuestros hijos tengan problemas alimenticios pero definen cánones de belleza que rozan lo insalubre. No queremos que nuestros hijos sean consumistas y prácticamente no tienen alternativas saludables. Queremos que sean respetuosos y las audiencias de televisión determinan que a mayor insulto en el programa, mayor número de telespectadores, etc. Podría seguir poniendo ejemplos de hipocresía social, pero no pretendo fustigarles más.

Y finalmente, desde una perspectiva de desarrollo evolutivo podemos observar cómo la influencia de los padres, en el proceso de socialización de los chicos, va disminuyendo progresivamente. En la medida que nuestros hijos crecen, aparecen con mucha fuerza otros agentes de gran influencia: el grupo de amigos, las redes sociales, las modas, la publicidad, etc. Que determinarán una parte importante de su personalidad y que en ocasiones están lejos del alcance de los propios padres.

No cabe la duda que las familias quieren lo mejor para sus hijos, ningún padre «educa mal» de manera intencionada, quizás no disponen del apoyo institucional y social para emprender esta tarea tan importante. La sociedad que piensa que la responsabilidad educativa de los menores solo está en las familias, pierde la oportunidad de mejorar y avanzar hacia una convivencia mejor.

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