El terror pandémico ha sido la excusa perfecta para que los totalitarios aumenten su control sobre la vida de los otros. ¡Incluso prohíben las cartas de restaurantes para forzarnos a emplear un código troyano en el teléfono! Quieren saber dónde estamos y nuestros gustos gastronómicos. Bueno, tal vez así aprendan a comer y beber.

Pero en mi experiencia con plutócratas y burrócratas que creen dominar el mundo, puedo decir  que mayoritariamente son una panda de voyeurs pasivos en los placeres de la vida. Su única pasión es el poder, la más aburrida de todas. Onanistas virtuales, abstemios y no fumadores. Tal es el patrón de tanto dictador a lo largo de la Historia moderna.

Decía Montaigne que la vida es ondulante, voluble y discordante. Es imposible domarla, pero con cultura y sensibilidad el arte de vivir se hace más agradable. Lo mismo pasa con la naturaleza humana, que ya se rebela ante tanto desmán de los mamones que pretenden dictarnos cómo vivir.

Cada vez hay más gritos contra la tiranía de los neo-puritanos, ya sean mentirosos comunistas, hipócritas socialistas o codiciosos capitalistas. Un puritano nada tiene que ver con la pureza, pero fanáticamente proyecta contagiar su paja mental al resto de la sociedad. El zombie sin imaginación es su triste ideal, pero no ganarán al flujo infinito de la vida.

Y cuando voy a un restorán, pido una carta de verdad. Si no la tienen, al menos que traigan hojas impresas. Algo fácil que solo choca a los domados. Y si quiero fumar, pido permiso a las mesas vecinas antes que hacer caso a una ley totalitaria como la absurda Ley Seca que llenó de cirrosis a USA.

La buena mesa mejora cualquier revolución y aumenta el sentido común.