Material incautado durante una detención por tráfico de drogas, en una imagen de archivo.

¿La llaman cocaína rosa porque la mezclan con tabasco? Ramiro de Maeztu ya decía que España es el país de la cocaína con churros, pero la que se toma hoy en día poco tiene que ver con la sagrada hoja de Los Andes. Es una cosa tan rara como los cigarrillos industriales, que llevan más químicos que tabaco.

Cuando viví en Cuzco, a punto de despeñarme por el Camino del Inca rumbo a La Cuna del Relámpago” (así llamaba al Machu Picchu el gran poeta del amor desesperado, Neftalí Reyes alias Pablo Neruda), mascaba la coca y bebía su infusión como si fuera té amargo. Pero lo que de verdad me gustaba era el Pisco Sour, aderezado con un par de hojitas que eran como nubes olímpicas sobre la nieve del cocktail. Así vencía el mal de altura con cierta euforia; trucos para no perderse sin remedio entre los ojos verdes de la selva peruana.

Keith Richards llegó al extremo de esnifar las cenizas de su padre y luego se abrió la cabeza al caerse de una palmera cocotera. Esto recuerda a uno de los grandes misterios de la brumosa Inglaterra, cuando falleció la condesa Desmond a los 103 años por caerse de un cerezo. Pero el Stone sobrevivió para contarlo en unas estupendas memorias y sigue dando guerra, con esa filosofía dionisiaca de que los excesos alargan la vida.

A mí también me gusta subir a los árboles y pegar un grito a lo Tarzán. Pero eso de esnifar tiza por muy rosa que sea, no me va. En cuestión de vicios hay que ser sibarita y saber lo que te conviene. Cosas de la bendita diferencia de nuestras naturalezas y personalidades, por mucho que choque a los igualitarios mamones nanotecnólogos que proyectan anular el libre albedrío.