Si hoy pudiéramos contemplar el Misterio inefable de la Gloriosa Asunción de María y gozar de la felicidad perenne de los ángeles y de los santos en el Cielo, seríamos tan dichosos que ni el ojo vió, ni el oído escuchó ni la lengua puede expresar lo que Dios ha reservado para todos los que le aman y en Él confían. El gran misterio consiste en que la Virgen Santísima, una criatura humana como nosotros vive en el Cielo en cuerpo y alma. La cristiandad siempre había creído en este misterio, pero en el año 1.950 el Papa Pio XII lo declaró Dogma de Fe.

Jesucristo murió, y resucitó y subió al Cielo: Su santa Madre también murió, pero tampoco sufrió la corrupción de sepulcro, sino que como el cuerpo de Cristo, resucitó gloriosamente para nunca morir jamás. ¡Qué hermosa y bella es la Virgen María, que emigró de este mundo para ir hacia Cristo! Resplandeció entre los coros de los ángeles y de los santos como el sol cuando brilla en el cielo con todo su esplendor. En este misterio contemplamos el triunfo sobre la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo. La gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con su cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia sí mismo, del modo que él solo conoce.

Hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, internamente unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre en su destino. Este es el día glorioso en que la Virgen Madre de Dios subió al cielo; todos lo adoramos, tributándole nuestras alabanzas. Meditemos el cuarto misterio de gloria del Santo Rosario.

Que María ruegue por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte.