Concentración en Sant Francesc. | Toni Ruiz

La brutalidad de la violación grupal perpetrada a finales de julio en una casa derruida en Formentera ha venido a recordarnos una vez más lo despiadado que puede llegar a ser el ser humano. Tres hombres abusando de una joven de 19 años a la que violaron repetidamente y quemaron con cigarrillos y una cuchara ardiendo. No puedo concebir lo que pasaba por la cabeza de esos presuntos violadores en aquellos momentos. Me parece terrible que alguien sea capaz de actuar así y al día siguiente continuar con su vida, como si tal cosa.

Por fortuna, la chica mallorquina ha sido valiente y una semana después denunció los hechos, lo que ha permitido la detención de dos de los presuntos autores y la búsqueda de un tercero que parece haber huido a Marruecos, país de origen de los tres.

La comunidad marroquí de la isla ha condenado firmemente el «brutal acto criminal» y ha manifestado que espera que la justicia castigue a los agresores, a los que han calificado como «monstruos».
Son muchos los residentes en Formentera de origen magrebí que viven y trabajan en absoluta armonía con la isla. Nunca han supuesto un problema para nadie y la mayoría de ellos manifiesta continuamente su voluntad de integrarse y vivir en concordia con sus vecinos, al tiempo que siguen con sus costumbres y creencias sin que eso suponga ninguna molestia para nadie. El hecho de que estos tres desalmados sean marroquíes nada tiene que ver con su execrable comportamiento.

Los atentados de Cataluña de 2017 me pillaron en un pueblo egipcio donde el islam está muy presente. Al salir a la calle me sorprendió el gran número de personas que se acercaban a darme la mano. Algunos me preguntaban si era español, y al contestar que sí, me daban el pésame. Ser un monstruo no tiene nada que ver con el lugar de nacimiento.