Pablo Casado. | DAVID ZORRAKINO - EUROPA PRESS - Archivo

He de reconocer que casi me caigo de espaldas cuando hace unos días escuché a Pablo Casado, presidente del Partido Popular, principal partido de la oposición, apoyando al PSOE y al presidente del Gobierno Pedro Sánchez. Lo hizo, según sus palabras, en lo que él denomina «cuestiones de estado» y que incluyen la evacuación de Afganistán o la declaración de zona catastrófica de las áreas que han sido pasto de las llamas en las últimas semanas. Incluso, Casado evitó el ataque directo al Gobierno por la situación tan grave que vive el Mar Menor, desmarcándose con un sorprendente «no hacemos acusaciones, pero pedimos soluciones». Ojiplático quedome que diría un amigo mío. Sin palabras. Con la boca abierta. Flipando. Así me ha dejado el líder de los populares al no entrar en la guerra permanente que siempre tienen nuestros políticos, siempre dispuestos a echarse la porquería entre ellos, acusándose de todo, y sin estar dispuestos a echar una mano al contrario no sea que lo vayan a hacer bien. Sin embargo, yo que siempre he sido de tendencia mal pensante y conspiradora, y más después de ver tantas series de televisión, no me acabo de creer tanto buenismo. Tiene que haber gato encerrado y tal vez el PP esté buscando algo que se me escapa porque no soy polítologo y no estoy metido en estos fregados. Pero a lo mejor no y Pablo Casado ha inventado una nueva forma de hacer política en el que el talante moderado y conciliador sea el gran protagonista. Si es así, estará entonces poniendo en un apuro al resto de formaciones políticas de este país, que se verán en la obligación de tener que dejar de meterse con el adversario y ponerse a trabajar hombro con hombro por el bien de España. Algo que, a simple vista, no parece tan complicado por más que se empeñen en lo contrario.