El Evangelio nos habla de la fe. Para alcanzar el don de la fe, el mismo Dios espera que pidamos con atención, perseverancia, confianza y humildad. El centurión tenía un criado muy enfermo a quien estimaba mucho. El centurión no pertenecía al pueblo elegido, era un pagano; pero a través de sus amigos pide con profunda humildad. Esta virtud es camino para la fe. El centurión había oído hablar de Jesús y mediante unos amigos pide por la salud de su criado y el Señor se dirige a la casa del centurión. Entonces el centurión dice: «Señor, no te tomes esa molestia porque no soy digno de que entres en mi casa, pero di una palabra y mi criado quedará sano». Al oírlo, Jesús quedó admirado de él e hizo un elogio de es hombre diciendo: «Os digo que ni aún en Israel he hallado tanta fe».

Cuando volvieron a casa, los enviados encontraron sano al criado. Es tal la fe y la humildad del centurión al decir esto, que la Iglesia, en la liturgia eucarística, pone en nuestro corazón y en nuestra boca estas mismas palabras antes de recibir la Sagrada Comunión. Hoy y siempre debemos considerar el inmenso poder de la oración hecha súplica ardiente y confiada. En Horep los israelitas se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición; cambiaron su gloria por la imagen de un toro que comía hierba. Se olvidaron de Dios, su Salvador que habría hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam, portentos junto al mar rojo. Dios hablaba de aniquilarlos; pero Moisés, su elegido, se puso en la brecha frente a él, para apartar su cólera del exterminio. Fe en Dios, fe en Jesucristo, fe en la Iglesia. Si fue el mismo Jesús quien dijo sobre el pan: «Esto es mi cuerpo», ¿quién se atreverá en adelante a dudar?. Y si él fue quien aseguró y dijo: «Esta es mi sangre», ¿quién podrá nunca olvidar y decir que no es su sangre?

Cristo disputando con los judíos, dijo: «Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tenéis vida en nosotros». Pero como no lograron entender el sentido espiritual de lo que estaban oyendo, se hicieron atrás escandalizados pensando que se les estaba invitando a comer carne humana.

Te adoro con devoción, Divinidad oculta, que bajo estas figuras de pan y vino permaneces verdaderamente. ¡Venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor! Alabado sea Jesucristo.