Ibiza hace tiempo que se ha convertido en la meca del postureo en la que hacerse ver, presumiendo en redes sociales de estar en el sitio de moda. Últimamente abundan los restaurantes que se esfuerzan por ser un foco de atención no por su excelencia gastronómica sino por elementos ajenos como ser el sitio de culto de los influencers que creen pertencer a una especie superior.

El chef, Pedro Tur, alertaba a Periódico de Ibiza y Formentera de la degeneración que está sufriendo la isla en este sentido. Muchos son los comensales que eligen un restaurante (o una cala) por haber visto que una ‘celebridad’ ha acudido a él. Ello ha provocado que se pongan de moda ciertas tendencias tan absurdas como perjudiciales, no sólo por la inestimable contribución a seguir masificando una isla que ya ha rebosado sus límites, sino porque se popularizan determinados platos que se venden como «tradicionales» cuando lo que han hecho es pervertirlos.

A modo de ejemplo, el célebre bollit de peix tan sólo lo hacen con roja, gallo y mero, cuando este manjar de pescadores se ha hecho siempre con pescado de tanta o más calidad pero de menor valor como son los serranos, las vacas y las rascasses. Esta deriva supone un empobrecimiento de la tradición y un aumento de la demanda de tres especies que cada vez cuesta más capturar. A ello se suma la pesca ilegal de pistoleros que, bajo el falso pretexto de la pesca deportiva, comercializan sus capturas incluso bajo demanda de los propios restaurantes.

Ahora lo que cuenta es presumir de que en un restaurante te han tatuado una consonante; la calidad ha quedado relegada a los meros mortales que no están dispuestos a que les estafen con precios astronómicos por unas viandas dudosas. Hemos perdido el norte.