Bartolomé Escandell.

Recuerdo que un día estuve hablando en Chapultepec con el escritor mexicano Carlos Fuentes, y le dije que a ver si se animaba y nos escribía sobre la leyenda blanca de España en América; don Carlos se quedó perplejo y me dijo que pensaría en la propuesta. Con el gran americanista ibicenco, Bartolomé Escandell, hable muchas veces de la historia de América y él siempre me decía lo mismo: «El problema es que casi nadie la conoce y quienes menos la conocen se dedican a inventársela». Uno de los debates más estériles sobre España –argamasa de su leyenda negra– es el de si hubo o no ciencia, o bien nuestra inferioridad científica-histórica sería una de las causas de nuestra decadencia.

Está claro que un país sin ciencia ni ingeniería ni navegación, ni capacidad de organización, no hubiera podido llegar a ser un imperio, ni controlar inmensos territorios desde Alaska hasta el Filipinas como así lo hizo España, aunque perdiendo fuelle, hasta prácticamente 1898. Recordemos que durante 300 años el Pacífico fue ‘el lago español’ y los ingleses se dedicaban a copiar los navíos de guerra españoles incluso en el siglo XVIII porque eran técnicamente los más avanzados, por no hablar de prodigiosas adaptaciones como las que hizo Antonio Barceló del jabeque con cañoneras que, gracias a estas y a su extraordinaria pericia, pudo mantener a raya a los berberiscos.

Es verdad que la ciencia española pasó por cierta decadencia en el siglo XVII, pese a que hubo un grupo de intelectuales que mantuvieron la llama encendida, me refiero a los novatores, algunos de ellos jesuitas destinados en Montesión (Mallorca). Pero el problema que hubo no fue la falta de talento individual sino que España (como, desgraciadamente, ahora) no contara con una clase alta dispuesta a estimular la ciencia, aunque sí contó con un buen programa de Estado auspiciado primero por Patiño y Felipe V y después por Carlos III. En ese ámbito es donde pudieron desarrollar su inteligencia hombres de tan escasos recursos materiales y tanta lucidez mental como nuestros paisanos Felipe Bauzá o san Juníper Serra.

Bauzá estuvo en el sitio justo, quiero decir que en la segunda mitad del siglo XVIII el Despotismo Ilustrado promovió numerosas expediciones científicas, algunas de ellas con fines económicos como las de los botánicos Ruiz y Pavón (1777) a Perú, Ecuador y la Amazonía, la de los herborizadores Sessé y Moziño a Nueva España (1787) o la de los hermanos Heluand en Chile (1795-1800) a la busca de minerales raros. Hubo también numerosas expediciones militares siendo la más importante la de Malaspina (1798), uno de cuyos protagonistas fue precisamente el piloto y dibujante Bauzá. Esta impresionante circunnavegación del globo tuvo como objetivo, recuerda Carmen Navarro, «recoger la mayor cantidad de datos que dieron como resultado una información valiosísima que permitió un mayor conocimiento de la historia natural y una revisión de la política comercial española».