Joan Torres en una imagen de archivo.

Junto con Vila, Sant Antoni es el municipio que más juego político da y en el que se suceden más escándalos que alegran las portadas de los periódicos. Hay muchos motivos para ello, pero la poca altura política es sin duda uno de ellos.

El célebre concejal de El Pi, Joan Torres, sigue esforzándose y sumando méritos para que no quede un solo vecino ante el que no deba agachar la cabeza. Su gestión, al igual que su actitud son de un infantilismo político sin precedentes. No le basta con no haber ejecutado un solo proyecto relevante en sus muchas carteras, sino que pretende contagiar su inutilidad al resto de departamentos, bloqueando proyectos y medidas necesarias para el municipio.

El último despropósito de este ególatra ha sido volver a dejar al gobierno en minoría a la hora de aprobar una modificación del PGOU.

Sus socios, aunque de forma muy distinta, parecen no estar dispuestos a soportar un minuto más sus delirios. Es el caso del concejal de Ciudadanos, que ya ha pedido al alcalde que fulmine a Torres para que deje de entorpecer la acción de gobierno. Por su parte, Marcos Serra parece haber agotado su paciencia y se limita a obviar todas las sandeces que van pasando por la lúcida mente del concejal díscolo. Torres parce hacer méritos para que sea el alcalde quien le cese, pero si tiene valor y coraje, va tener que ser él quien dimita.

Sant Antoni no merece el bochorno de sufrir a un primer teniente de alcalde cuya única capacidad reside en hablar mucho y no decir nada. Se espera de los ayuntamientos que sean una administración cercana, resolutiva y eficaz, términos que Torres tan sólo ha escuchado en las películas de fantasía que orientan sus decisiones, aunque ahora está más cerca de ser un personaje más de El Club del Paro del portmanyí David Marqués.