«La melancolía me mata», confesó un bolas triste en un almuerzo parisino. «¡Pues mátala tú!», respondió el dandy, sublime sin interrupción, harto de un comensal con un ego tan empalagoso. Sí, esto de la melancolía –o la saudade– debe tener un cierto límite, a no ser que te pases la vida con un corazón de samba entre garotas. Pero si quieres ser feliz, no te enamores de nadie que no te corresponda.
Sonata de otoño
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