Perdóname por no haber confiado en ti, por no haberte defendido, protegido y amado como te merecías y por haber sido, algunas veces, tu peor enemiga.

Perdóname por todas las críticas que te he lanzado sin piedad, por cada bofetada con la mano abierta y por no creer que eras lo suficientemente buena como para merecer ser amada, comprendida y respetada.

Perdóname por ser cruel con tu físico, con tus palabras y con actos, por gritarte en silencio tantas veces y por llamarte a la cara tonta.

Perdóname por mentirte al decirte que era sincera contigo, cuando en realidad vestí cada crítica de navaja y me dediqué durante 40 años a cercenarte a machetazos las alas.

Perdóname por pedirte que te callarás cuando necesitabas gritar y por juzgarte sin abogado ni balanza. Perdóname por hacerte sentir tan pequeña y a la vez tan vasta, por no permitirte fallar o caer y por recriminarte cada lágrima.

Perdóname por llamarte cobarde, por decirte que todo lo hacías mal o que no eras lo suficientemente buena en algo y por cargarte la espalda de mochilas tan pesadas que te deformaron el alma y el cuerpo. Perdóname, en esencia, por haber sido la primera en lanzarte la piedra con el estigma de «loca» en este supuesto mundo de cuerdos.

Siento muchísimo no haber sabido quererte antes pero, sobre todo, lamento el tiempo que hemos perdido para ser más felices y sencillamente mejores.

Hoy, solo puedo prometerte que no volveré a hacerte sentir nunca más estúpida, gorda o hueca. Hoy, en este artículo desde el que te pido perdón, quiero recordarle a la niña de las coletas caídas y las rodillas hinchadas que la vida sí que puede ser un musical si aprendemos a cantarle fuerte.

Hoy, en esta carta al pasado, necesito susurrarle a la adolescente perdida que se mantenga firme en sus convicciones, porque sus sueños se cumplirán si sigue creyendo con esa pasión en ellos. Hoy, desde la tribuna de un periódico, voy a torcer dos renglones para que la veinteañera que me habitó se pare y sepa que vivirá de sus letras y que, incluso, habrá personas que disfrutarán leyéndola.

Hoy, desde esta atalaya, necesito que la treintañera que sufrió una pérdida irreparable me agarre fuerte de la mano y sonría porque juntas comenzamos este camino hacia el autoconocimiento y descubrimos que era posible respirar al otro lado de la orilla. Hoy, abrazada a la cuarentona que soy, quiero pedir perdón a todas las mujeres que me habitaron y prometerles que nunca más se sentirán solas.

Ahora, juntas, aprenderemos a despertar más completas por las mañanas y a dormir más tranquilas porque, sin saber cómo ni cuándo, hemos espantado a los fantasmas, a los prejuicios, a los miedos y a los complejos y hemos descubierto que queremos seguir atesorando amigos, viajes y conocimientos.

Hoy vamos a eliminar de nuestro vocabulario frases como «no puedo», «no tengo tiempo», «eso no es para mí» o «soy demasiado mayor para hacerlo». Hoy es el principio de nuestra vida y vamos a empezar de nuevo.