Una imagen de Machu Pichu. | Imagen de mailanmaik en Pixabay

He pasado dos semanas en Perú. Un país increíble, repleto de contrastes y con mucho por descubrir. Con gente muy acogedora y otra no tanto y con ese aire, en cierta medida decadente, que tanto me encanta. Un lugar que combina Lima, una ciudad moderna, llena de arte urbano y unas playas para hacer surf que ya quisiera para sí San Francisco, con joyas como Cusco o Arequipa.

O con Iquitos, la puerta a la selva, a la orilla del Amazonas, a la que solo se puede acceder por avión y que con su caos es, en cierta medida, encantadora. Incluso, tiene desierto, tribus que se supone viven como antaño en la isla flotante de Uros y hasta unas islas repletas de leones marinos. Una pasada. Todo esto se lo puedo contar porque lo he visto con mis propios ojos, en primera persona, estando allí y disfrutando. Al contrario de otros muchos que nos acompañaron conectados permanentemente a la pantalla de su teléfono móvil y siempre pendientes del selfie perfecto. No les voy a negar que yo también he hecho casi 200 fotos de mi viaje y que en muchas salimos en primer plano, pero este viaje me ha dejado alucinado.

No sé si me he hecho muy viejo de repente, si la vida cambia demasiado deprisa o si soy yo el raro, pero no puedo entender cómo viajas tan lejos con la única ilusión de buscar una foto llamativa para subirla casi al instante a Instagram y seguir aumentando tu número de likes o seguidores. Igual que tampoco entiendo como una excursión es una pelea con 30 personas porque todos buscan su imagen con cara de felicidad absoluta delante del pobre animal. Cómo será la cosa que en el Machupichu muchos guías son especialistas en decir desde donde tomar las fotos que luego salen una y otra vez en Google, desde donde sacar el mejor selfie o de si sale gente detrás de ti No puedo negar que yo también caí en la tentación. Sería de hipócritas. Lo mismo que intentar cambiar todo esto. Eso sería de utópicos. Así que, en cierta medida derrotado, volví a España pensando si viajamos para disfrutar o para que la gente sepa que hemos estado. O si vivimos la vida para vivirla o para contarla.