Traicionar a un amigo es una de las cosas más miserables que puede hacer el ser humano, pero lamentablemente sucede a menudo. | Imagen de Jackson David en Pixabay

Hace unos días murió un buen amigo de forma repentina e inesperada. A pesar de la distancia (vivía en la Península) manteníamos contacto prácticamente a diario y compartíamos nuestras intimidades, además de muchas banalidades. Cuando recibí la triste y contundente noticia se me vino el mundo encima y, automáticamente, me asaltaron todas las cosas que debería haberle dicho y no le dije.

Sigo sin ser consciente de su partida y todavía pienso en que luego le contaré una u otra cosas que me ha pasado. Sigo revisando nuestras conversaciones de chat, las fotos, las notas de voz y los vídeos compartidos y me sigue pareciendo mentira que nos haya dejado. Tengo pocos amigos/as a la vez que mucho conocidos, compañeros y como diría Santiago Segura, ‘amiguetes’. Pero la amistad verdadera es, aunque suene a tópico: la familia elegida. A un amigo o amiga no se le puede fallar, especialmente en los momentos en los que se debe estar. Para la fiesta y el jolgorio, todos valemos. Otra cosa es cuando necesitamos un apoyo, un abrazo, un poco de aliento...en esos momentos se ven los amigos de verdad. Pero a veces no hay que ir tan lejos, un amigo debe estar también en las cosas más cotidianas.

La vida también me ha preparado para las amistades decepcionantes y algunas experiencias me han enseñado que aquel al que hemos considerado un amigo y traiciona nuestra confianza, en realidad nunca lo fue, así que cuanto más lejos mejor y rápido.

Traicionar a un amigo es una de las cosas más miserables que puede hacer el ser humano, pero lamentablemente sucede a menudo. Afortunadamente usted y yo tenemos la suerte de contar con algunos amigos y amigas de verdad y hoy me permito reflexionar sobre la necesidad de cuidar las amistades, como lo hacemos con nuestra pareja o nuestros hijos.