Resulta indignante sentirse tan indefenso ante la interrupción de un servicio de primera necesidad como el acceso a Internet. | Imagen de J S en Pixabay

El pasado viernes al mediodía, una misteriosa avería dejó sin teléfono e Internet a numerosos usuarios de la Mola, de diferentes compañías. Al principio, pareció ser una consecuencia de la lluvia que acababa de caer, que en ningún caso fue especialmente copiosa. Al cabo de tres horas, el servicio seguía sin restablecerse y cogí el coche para buscar una zona con cobertura y poder llamar a Vodafone para reportar la avería.

Ya saben cómo va eso. Primero sale «Tobi, tu asistente personal», y te somete a un tercer grado de lo más absurdo. Contestas una y otra vez a una maquinita que se intenta hacer la simpática y finalmente te dice: «Le paso con un agente especializado». ¡Bien! Superado el primer filtro. Nuevo tercer grado: DNI, CIF de la empresa, entidad bancaria, número desde el que llama... «Ha superado la comprobación. ¿En que puedo ayudarle?».

Explicas tu problema, bastante básico: No funcionan los teléfonos ni Internet. Y un nuevo tercer grado de preguntas técnicas como si uno fuera ingeniero en telecomunicaciones.

Finalmente, reportan la avería con el compromiso de resolver el problema lo antes posible.

Pasan las horas y los leds de los routers siguen en rojo. Mis llamadas se repitieron hasta en cinco ocasiones en las siguientes 36 horas, hasta el punto en que me enviaron un SMS diciendo lo siguiente: «Estamos solucionando su avería. No hace falta que nos llame. Le informaremos cuando esté resuelta».

El servicio se restableció a la medianoche del día después. Obviamente, nadie avisó de nada y, lo más grave, nadie va a asumir ninguna consecuencia por haber dejado sin servicio a centenares de usuarios en un territorio ya de por sí aislado como la Mola.

Resulta indignante sentirse tan indefenso ante la interrupción de un servicio de primera necesidad como el acceso a Internet.