En el aeropuerto de Ibiza me topo con mi amigo Ricardo F. Colmenero, periodista con coña fresca y marinera y cierta vertiente tenebrosa. Enseguida le distraigo de sus tareas y le ofrezco un whisky que rechaza, ajeno a la borrasca Blas que moverá el avión como una coctelera. ¡Ah, qué sobrio rigor guarda cuando marcha al tajo este tierno gallego! Así, no me sorprendería que mantuviera la virginidad psicodélica después de sus apasionantes conversaciones con el chamán humanista Antonio Escohotado.
Y en el vuelo leo con placer su libro Los penúltimos días de Escohotado, que se ha venido a morir a Ibiza con la cabeza privilegiada y absolutamente lúcida, con el corazón erótico y la generosidad de mostrar un nuevo mundo a quien se atreva a preguntarle.

Es toda una situación lectora, pues Ricardo está sentado una fila más atrás y, entre el silencio del resto del pasaje enmascarado, observa con cara de póker mis carcajadas y exclamaciones de asombro, la admiración mezclada con los lingotazos de la botella que tintinea sobre la tormenta. Misterios dionisiacos y misterios eleusinos, ordalías argentinas, ayatolás de la cosa pública descritos como cantamañanas advenedizos, proyectos de incursiones suicidas a lo Grupo Salvaje de Peckinpah para liberar la Ruta de la Seda, rameras y esposas… El libro es luminoso, divertido y muy revolucionario frente a árida gilipollez de la dictadura del más bajo denominador común que la corrección política quiere imponer.

Escohotado habla a corazón abierto con Colmenero, quien se muestra valiente como un percebeiro en un acantilado de olas alucinantes. Son criaturas de ideas y experiencias muy diferentes, pero que se complementan gracias a la curiosidad humana y cultural de los que se atreven a saltar un abismo que, luego, no es tan ancho como parece.