Imagen de archivo de un campo en Formentera. | Archivo

Esta semana hemos conocido que el presidente de la Cooperativa del Camp de Formentera, Jaume Escandell, ha dimitido de su cargo después de ocho años al frente de la entidad de la que fue el principal promotor.

El proyecto nació de la ilusión por dinamizar el campo de la isla, que había sido abandonado en favor de la actividad turística mucho más lucrativa. A través de un programa de cesión de tierras, cuenta actualmente con 300 hectáreas de 120 propietarios y ha cosechado este año 30 toneladas de trigo xeixa que ha molido en el molino de la entidad. Ha recuperado buena parte de la finca pública de Can Marroig, cedida por el Govern, y ha plantado 600 higueras y plantas aromáticas destinadas al licor de hierbas.

Tuve la oportunidad de vivir de cerca la creación de la cooperativa y aquel fue un momento de gran ilusión. Cada nuevo paso se vivía como un reto alcanzado. A lo largo de los años, la entidad se ha ido consolidando, gracias al apoyo económico del Consell, que ha asumido millonarias inversiones entre maquinaria, la construcción de la nave y otras infraestructuras necesarias.

Darle una nueva vida al campo ha costado mucho dinero a las arcas públicas, si bien se me ocurren pocas cosas mejores en las que invertir.

Escandell dimite ahora alegando que el Consell no ha sido capaz de construir una almazara para procesar las 80 toneladas de aceitunas que se han cosechado este año por parte de pequeños agricultores que han querido apostar por el aceite de oliva de Formentera. Poco motivo me parece para que alguien con el tesón de Escandell acabe tirando la toalla.

Seguramente hay muchos más que se guarda para sí. Una cosa está clara. El dinero puede revitalizar el campo, pero nunca puede comprar la ilusión y sin ilusión es imposible seguir el camino recorrido hasta ahora.