Personal sanitario prepara una dosis de la vacuna. | Daniel Espinosa

Este verano he recorrido varios países europeos después de muchos meses sin poder viajar ni por placer ni por motivos profesionales. Viajar ahora exige informarse sobre los requisitos necesarios en cada país y no deja de sorprender que no exista una misma norma en todos los países, pero eso ya es otra cuestión.

Lo que no se acaba de comprender es que el Gobierno de España, después de haber aprobado dos estados de alarma ilegales, tenga tantos reparos a la hora de exigir la vacunación obligatoria como ha hecho Austria, por ejemplo, limitando los movimientos de los no vacunados, que solo podrán salir de su domicilio para trabajar, acudir al súper o ir al médico.

En Italia están tomando también medidas muy estrictas para obligar a sus ciudadanos a vacunarse y en Alemania ya han recurrido al Ejército para controlar el incremento de casos de Covid, lo que deja muy claro que la pandemia sigue estando aquí pese al verano relativamente normal que se ha vivido en las zonas turísticas españolas. Tanto en Austria como en Francia, al igual que en Bélgica, es obligatorio tener el pasaporte covid para poder entrar en un restaurante o tomarse una cerveza en un bar. Los no vacunados no pueden estar en restaurantes ni bares.

En España, en cambio, no se exige estar vacunado para entrar en un restaurante junto a otras personas que sí han decidido inmunizarse voluntariamente. Ahora que la sexta ola ya está aquí sería conveniente dar un último paso y conseguir que el 12 por ciento de la población española que no se ha vacunado por pereza, por principios o quizás por seguir los consejos de negacionistas como Miguel Bosé o Victoria Abril, sean solidarios con el resto que sí estamos vacunados. Bastaría con obligar a estar vacunados para entrar en un bar y ya estaría el problema resuelto en unos días. Pero tampoco se atreven.