Mi madre se está haciendo un traje a medida con una tela preciosa, brocada y en un tono rosa palo con el que dará por tercera vez el «sí, quiero» a mi padre. Cómo irá vestido él es una sorpresa, aunque estoy segura de que se calzará, como siempre, su sonrisa grande y honesta y se llenará los bolsillos de finas ironías, de chistes y de algún caramelo que sacar de las orejas a mis sobrinos, como hacía nuestro abuelo cada vez que nos veía. ¡Qué bonitas son las tradiciones, las costumbres adquiridas y repetidas con acierto y los recuerdos que saben a dulce en vez de resultarnos ásperos!

El 29 de enero mis padres celebran sus Bodas de Oro y tras este año aciago de silencios, de casas vacías y de risas huecas hemos decidido celebrarlo por todo lo alto. Yo misma me estoy haciendo un vestido con sello Adlib para que la marca Ibiza esté presente en su boda, aunque entre los regalos a los invitados ya tenemos previsto regarles con licores de Familia Marí Mayans, para que se note que en mi familia la isla blanca pinta mucho.

Mis sobrinos serán esta vez los padrinos, como hace 25 años lo fuéramos mis hermanos y yo. Así Rodrigo y Hugo acompañarán a mi madre al altar y Martina y Carlota serán quienes lleven de la mano a mi padre. Nunca un destrono me había resultado tan acertado y maravilloso.

2020 nos robó tantos abrazos y tantas celebraciones que esta vez queremos juntarnos con todas las personas a las que no pudimos decir «te quiero» al oído. Tíos, primos, amigos de toda la vida e, incluso, parte de la tribu que compartimos, porque si algo me han enseñado mis progenitores es que la edad no es una barrera para trazar lazos, sino que la juventud se cose en el alma.

Estoy ultimando las invitaciones que me he ocupado de diseñar y de imprimir y llevamos meses pensando en qué regalarles, aun sabiendo que para ellos ver juntos a sus tres hijos es su mayor tesoro.

En estos tiempos que corren en los que el amor sufre de obsolescencia programada y hay quienes lo confunden con la química de los primeros meses, ver la mirada ilusionada de mi madre y la confianza ciega en ella de mi padre es un soplo de aire fresco que marca mi ruta desde que tengo uso de razón. Yo, que soy incapaz de leer en las bodas porque se me atragantan las palabras y se me cierra la garganta, escribiré como siempre unas letras para que sea otro quien las pronuncie, con el fin de evitar repetir escenas indecorosas como las que protagonicé en púlpitos pasados de los que bajé corriendo llorosa. Por eso este artículo de hoy es para ellos.

Mis padres son un ejemplo de amor, de complicidad y de compañerismo. Son un equipo unido que disfruta de la vida de la mano, que respeta sus espacios y sus silencios, donde no hay secretos ni mentiras y en cuyo barco todas las escotillas están abiertas. Sus 50 años de amor son el espejo en el que llevamos reflejándonos desde que tenemos uso de razón y cuya estela hemos seguido, escogiendo personas a las que admirar, respetar y con quienes emprender nuestros propios viajes. Estas Bodas de Oro son mucho más que una renovación de unos votos o una buena comida castellana: son la fiesta del amor verdadero que no solamente existe, sino que les aseguro que es el tesoro más valioso que tenemos.