Esta semana se ha entregado el Balón de Oro que otorga todos los años la revista especializada France Football. Más allá de debatir sobre el ganador o si se da la suficiente importancia en los medios de comunicación o en nuestra sociedad a que por primera vez una mujer española lo haya ganado, me ha venido a la memoria una reflexión del francés Arsène Wenger.

Conocido por entrenar durante 22 años al Arsenal inglés, siempre se manifestó «como el primer enemigo» de este premio alegando «que el fútbol es un deporte colectivo» y que «ha visto muchos jugadores que sólo piensan en sí mismos porque están obsesionados por el Balón de Oro y no por el rendimiento del equipo». Habla de fútbol pero se podría aplicar a nuestro día a día. En nuestro trabajo no somos nada sin nuestros compañeros con los que compartimos horas de tecleo, ordenador, confidencias, risas o cafés.

Por mucho que pensemos que hemos hecho el artículo con el que vamos a cambiar el mundo, sin una buena fotografía o sin una buena maquetación nuestro texto no tendría tanto valor. Lo mismo sucede con las familias. Nadie puede sacarlas adelante solo por más que se considere el padre estrella. Sin la ayuda de los abuelos, las madres, los tíos o los amigos es imposible.

Es un trabajo de equipo en el que también influyen profesores, entrenadores, formadores… todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad. Todo está interrelacionado y hay que estar unidos porque juntos somos mejores y nos hacemos mejores. Al final en todos los ámbitos de la vida somos un equipo gigante en el que, como los remeros de las traineras de las costas del Cantábrico, hay que trabajar todos a una para que la sociedad siga mejorando.

Y si alguno flojea, se cansa o dice que no puede más, hacerle ver que no está solo mientras le animamos a que lo siga intentando porque todos somos importantes. Porque nos guste o no, al final, nos necesitamos unos a otros. Sin balones de oro y sin grandes premios individuales pero siendo conscientes de que no somos nada sin el que tenemos al lado.