Dentro de la desorientación que supone esa representación del teatro de la pandemia montada por autoridades y expertos en torno al mal, me llama la atención encontrarme con expresiones que hablan de lo ocurrido como en pasado.

Así, uno lee o escucha que «tras la pandemia» está sucediendo una u otra cosa; o bien se trata de la recuperación post COVID-19, como si de algo que ya estuviera en marcha se tratara. Es decir, la pandemia quedó atrás, ese es el inconfundible mensaje. Será, por más que uno, libre de hacerlo, tiene la desagradable sensación de que estamos volviendo al principio.

Se está hablando de la adopción de medidas iguales a las de los primeros tiempos y aún peores, más coercitivas, más lesivas de los elementales derechos de los ciudadanos. Se duda de la eficacia de unas vacunas elaboradas al galope.

La Medicina se empeñó en mostrarse más como una técnica que como una ciencia -antigua polémica-, que aplica criterios científicos cuando lo hace y, en connivencia con el semidesbarajuste, unas autoridades que, lamentablemente, están dando su medida como políticos. Días atrás comenté los atracones de ética barata que sufre la mayoría de hombres públicos cuando se refieren a la pandemia.

Pero recientemente me ocurrió algo peor; tuve que escuchar a un conseller local instando a la población a vacunarse en unos términos que parecían propios de uno cualquiera de aquellos rancios profesores de la Formación del Espíritu Nacional, que los más añosos lectores recordarán conmigo. Un horror. Sinceramente, no está nada claro que vayamos por buen camino.