Imagen de archivo de un aula. | Redacción Ibiza

Los fanáticos catalanistas (entre los que abunda mucho charnego converso de celo inquisitorial y complejo de pureza lingüística) pretenden volver amarga a la dulce Cataluña. El señalamiento y persecución a un niño de cinco años por querer estudiar en español en la escuela muestra peligroso odio irracional, crueldad y pobreza espiritual. Y sorprende la cantidad de profesores nada educados que defienden una deriva fanática con métodos nazis en las mestizas riberas mediterráneas.

La Cataluña señorial y artística, mecenas y navegante, comerciante y sensual, está en horas bajas con la nada modernista irrupción de unas folclóricas regionalistas que roban a mansalva mientras dicen proteger la fortaleza tribal (Cataluña, como Castilla, quiere decir tierra de castillos).   

La fractura social es dramática. Hay familias rotas, que no se hablan por culpa de unos vulgarísimos políticos que pregonan un cainismo muy ibérico. No es un pulso entre Cataluña y el resto de España; es una lucha inquietante entre catalanes que se sienten españoles y catalanes que desean ser independientes.

Primero abusaron de los niños y luego fueron por el resto. Pero cada vez salen más catalanes que dicen a sus paisanos: «Si tú quieres separarte de España, yo prefiero separarme de ti». Es la idea de Tabarnia, fabricada con sentido del humor en medio del absurdo por Albert Boadella.         

«Se acata pero no se cumple», fue la divisa de muchos virreyes en las provincias americanas. Con el español en las escuelas públicas de algunas comunidades autónomas (Baleares entre ellas) pasa lo mismo y da igual lo que diga la Constitución. Han creado un problema absurdo e impensable en países como Francia o Italia, donde también tienen la fortuna de hablar diversas lenguas pero a nadie se le ocurre prohibir el italiano o el francés en sus colegios.