Una imagen del desahucio de los vecinos del Don Pepe el viernes. | Daniel Espinosa

¿Tenían que echarlos de sus propias casas a una semana de Navidad? Se han visto escenas dramáticas a raíz del desalojo forzoso de treinta familias de los apartamentos Don Pepe. El pulso entre sus vecinos y el Ayuntamiento que debe protegerles muestra la separación inquietante que se vive entre políticos y sociedad, un peligroso desequilibrio a todos los niveles y por todas las regiones. Por algo las encuestas consideran, año tras año, a la clase política como uno de los grandes problemas de España.   

En Madrid, Nadia Calviño se ha referido a Pablo Casado como un desequilibrado tras el coño a Sánchez. ¿Tiene la vicepresi alguna idea del equilibrio emocional de su propio jefe o le considera un funambulista entre comunistas, etarras y separatistas? En Moncloa habita un marciano pseudo-fáustico –el síndrome cada vez actúa más rápido—, a quien no asustan los pactos con el demonio para mantenerse en el poder; cuya palabra vale menos que las añoradas pesetas; con una personalidad que ha sufrido la metamorfosis kafkiana de candidato a presidente (¿o era todo un simulacro para trepar al falcon?), pues, como dijo Carmen Calvo a lo ciencia ficción o manual de posesiones esotéricas, el candidato y el presi no son la misma persona.

Mucho se tambalea entre la injusticia y el miedo, pero el bienestar que debería estar en peligro es el de tanto mamón de la teta pública. Sobran cargos que hacen pensar que los partidos políticos funcionan como empresas comisionistas dedicadas a enchufar asesores inútiles y subvencionar pesebres lacayos, por no hablar de tanto ministro irrelevante o fanático totalitario que pretende dictar la vida de los otros.

Necesitamos a políticos que sirvan antes de servirse y una transparencia total en las cuentas públicas. Y que respondan por sus desmanes y negligencias.