Décimo Lotería Navidad de 2014. | Europa Press

Reunión. Si Pablo Casado estuviera en lo que hay que estar, no habría esperado a la reunión de Pedro Sánchez con los presidentes de las 17 comunidades autónomas para comparecer con los barones territoriales del PP y plantear junto a Díaz Ayuso, Núnez Feijóo, Moreno Bonilla, Fernández Mañueco y López Miras una alternativa seria a las improvisaciones con las que hoy Sánchez adornará su atropellado encuentro con los dirigentes autonómicos.

Son foto y el discurso que necesita la media España que vota derecha y también la mitad de la otra. La decisión de convocar el día de la Lotería, dos antes Nochebuena, un encuentro de voltaje institucional para ver qué se puede hacer de cara a las fiestas de Navidad para frenar una sexta ola de contagios cuyas ondas capilares empezaron a perfilarse con claridad a principios de noviembre, da la medida de un presidente del Gobierno que se mueve entre el menfotismo y el sadismo. Dos actitudes que no ha dejado de exhibir desde que estallara la pandemia, con un desgaste político inversamente proporcional al sufrimiento social y ruina económica que padece España y, que nadie se engañe, Balears. Va tan con la cosa fuera Sánchez que tras desperdiciar Casado el match point de la primavera negra de 2020, ahora se la vuelve a poner a huevo sin abandonar ese sprit de indolencia kennediana. Sin embargo, es difícil que te toque El Gordo cuando no te molestas en gastar 20 euros en un triste décimo o ni siquiera jugar parte del número con el que los ‘populares’ fueron premiados en Madrid el pasado mes de mayo. De seguir con absurdos remilgos hacia Vox e infantiles celos para con Ayuso, el año que viene Sánchez convocará la reunión tras el discurso del Felipe VI y justo antes de llevarse el primer langostino a la boca. Eso, siempre y cuando para entonces todavía nos quede algo en el bolsillo para hacernos con media docena de congelados. Pescados en el Mar de China, claro.

Amigos. Consciente de que, durante la primera ola y con la gestión de la pandemia bajo el mando único del Gobierno, su popularidad, como vasos comunicantes, decrecía al tiempo que se consolidaba la de dirigentes autonómicos como, sin ir más lejos, Francina Armengol, Sánchez ha vuelto a encalomarles el marrón de someter o no a limitaciones y restricciones a una ciudadanía cada vez más cerca de perder la paciencia. Dirán que en Alemania o EEUU los gobiernos federales actúan de forma similar con sus estados y länder. Pero incluso quienes esto defienden saben que dista un abismo entre los sistemas territorial, administrativo y político de unos y otros. Tanto como que en el Consolat piensan que, con amigos como Sánchez, ¿para qué enemigos?