Una macrogranja de Valle de Odieta en Caparroso, Navarra. | PEDRO ARMESTRE - Greenpeace

Tras ‘cumplir’ con sus promesas de rebajar los sablazos de la luz, finiquitar la energía nuclear y derogar la reforma laboral del PP, el Gobierno ha reafirmado su cruzada para poner fin a las macrogranjas. Al menos esa es la ‘carne podrida’ que nos quieren vender porque las acciones no se perciben y la cruda realidad es que las declaraciones de Alberto Garzón en The Guardian son las que son. En boca de Javier Lambán, presidente socialista de Aragón, «un insulto a la inteligencia». «Soy el ministro de Alimentación y si alguien habla de alimentación lo normal es que me llame», Luis Planas dixit. Y para zanjar el asunto sin más condimentos: «lamento muchísimo la polémica y creo que con eso lo estoy diciendo todo», palabras de Pedro Sánchez en su particular sesión de baño y masaje semestral en la Ser. Moncloa, ministros y barones socialistas ponen el foco sobre el titular de la cartera de Consumo.

La pelota en el tejado de Yolanda Díaz, la vice de Trabajo que está ocupada en vender las «cosas chulísimas» (sic) que hace su ministerio (España, líder absoluto del paro). Tensión interna en el macroejecutivo y los altavoces mediáticos despachando que todo responde a que el PSOE se ha comido un bulo difundido por Vox y alentado por el PP, cuando la realidad es que Garzón dijo lo que dijo y se aproximan elecciones. Se le puede comprar que las macrogranjas no son el mundo ideal pero de ahí a que un ministro ventile en un medio británico que España «exporta carne de mala calidad de animales maltratados» media un abismo.

Y aquí, en Vila, nos encontramos con la renovada gauche divine. Socialistas con el corazón más morado que Garzón, pero que tienen claro que para comer carne de primera hay que seguir bajo el paraguas electoral de las siglas del PSOE. Esperaremos a ver qué opina el chef Salt Bae.