Se conocieron en un baile. Él la sonreía desde la barra y ella le devolvía las miradas hasta ruborizarle.

Acababa de regresar a Burgos tras pasar varios años en La Marina, donde se formó bastante, navegó poco y descubrió su pasión por la cocina.

Ella trabajaba en una tienda de muebles y, tal vez por eso, tenía la cabeza muy bien amueblada a sus 18 años.

Tardó semanas en invitarla a bailar. Las pistas nunca fueron su medio favorito, así que mandaba a su hermano mayor para que le abriese camino a golpe de boleros. Un día se armó de valor y la tomó entre sus brazos; desde entonces no han vuelto a separarse.

Ayer celebraron sus Bodas de Oro en una ceremonia en la que nos emocionamos, nos reímos y echamos de menos a los protagonistas secundarios de esta historia. El abuelo Miguel; las abuelas Montse y Milagros; el tío Pedro, sin cuya ayuda tal vez yo no estaría hoy dedicándoles este artículo; el tío Juanmi, quien a las pocas semanas repitió hazaña y conoció en el mismo lugar a la mejor amiga de mi madre, quien es desde entonces mi tía Conchita; el tío Goyo, cuya fina ironía todavía se respira cuando lo evocamos; Rodrigo, el yerno que se fue demasiado pronto; Alejandro, el cura que les casó la primera y la segunda vez; Nati, Carlos, Agustín… todos los hermanos de sangre y de alma que fueron parte de este relato y que quisieron que este 29 de enero brillase el sol con fuerza en esa gélida mañana.    No creo en cielos ni en dioses, pero me gusta mirar hacia arriba y sentir que sus sonrisas nos acompañan en momentos como estos hasta hacerse grandes.

Leí en la ceremonia. Aunque me negué rotundamente a ello, porque sé que a pesar de presentar al año decenas de eventos soy de lágrima fácil y cuando me toca desnudar el alma se me quiebra la voz y se me tuerce la cara, cualquiera le dice que «no» a mi madre cuando pide algo. Intenté estar a la altura, imitando a esos testigos americanos que cuentan anécdotas desde el púlpito, enfundada en mi precioso vestido verde agua de Ivanna Mestres, pero la emoción me pudo y no fue mi mejor discurso; de hecho, creo que mi vestido made in Adlib Ibiza causó mayor impacto que mis palabras. Para terminar de arreglarlo canté acompañando a la orquesta tras la comida, con un vinito de más y con unos nervios de menos.

Lo de hacerme con el micrófono en las bodas me viene de lejos. Hace exactamente 25 años quise sorprender a mis padres componiendo dos canciones que les dediqué acompañada por el grupo con el que cantaba en Aranda: ‘Santos Bandidos’. Aunque al marcharme a la Universidad, y a otra ciudad, tuve que dejarlo, desde entonces no hay enlace o celebración en los que no me pidan que salga al escenario, así que he llevado el Corazón Contento desde Burgos a Albacete, pasando por Ibiza, con todo el respeto del mundo por la gran Marisol. Ayer, sin embargo, entoné ‘20 de enero’, de La Oreja de Van Gogh, una verdadera historia de amor, como la suya; como la nuestra. Porque si algo nos han enseñado ‘la Pepa’ y ‘el Pela’, como se autoproclamaban en su invitación, es que la vida sabe mejor si la recorres de la mano de tu mejor amigo y que los finales felices solamente existen si se convierten en eternos y nos permiten repetirlos temporada tras temporada.