En este país genéticamente cainita llevamos la polarización hasta las cuestiones más mundanas. Lo hemos visto este sábado con la victoria de Chanel en el Benidorm Fest, evento para decidir quién representará a España en Eurovisión. Confieso que yo soy de Rigoberta Bandini desde que los descubrí cantando Perra. Así que me costó poco volverme muy fan cuando escuché por primera vez Ay, mamá. Dicen que necesitamos himnos después de dos años de tragedia y el ‘lolololo’ de Rigoberta es una buena opción, más allá del discurso feminista de una teta al aire en la calle para luchar contra no se sabe muy bien qué. La España tuitera se ha dividido en dos. Por un lado, los rigobertos (grupo en el que también entran los fans de las Tanxugueiras) y, por otro, los de Chanel, que viene a ser una especie de versión barata y cutre de Beyoncé. El enfrentamiento ha llegado a tal punto que el Congreso tendrá que pronunciarse sobre lo sucedido. Y es que son estas pequeñas cosas las que nos entretienen y hasta preocupan. Porque ya me dirán qué concepto podemos tener de la democracia si ni tan siquiera en algo tan prosaico como un festival de música se respetan las normas. Y es que, en este caso, sí tienen que ver con lo público porque quien organizaba el sarao era RTVE. Ante el escándalo de una victoria más que inesperada, ya se ha anunciado una revisión de las reglas para cambiarlas. Una se pregunta cómo es posible que los políticos teman la reacción ciudadana en algo tan tonto y no en cosas mucho más serias como, por ejemplo, el drama del centenar de familias de los Don Pepe. El tema también ha llegado al Parlament. Pero allí el ‘lololololo’ se ha convertido en ruido improductivo y, sobre todo, desagradable de escuchar. Quizás los vecinos deberían apostarse a las puertas del Consolat de Mar con las tetas al aire, cubiertos de purpurina y cantando eso de «apenas hago doom, doom, con mi boom, boom» para que alguien les solucione el problema de una vez por todas.