Negacionistas y superioridad moral. | Pixabay

Dos años después de que llegara la pandemia que cambiaría nuestras vidas, sigue habiendo ignorantes que niegan su existencia, que rechazan la eficacia de las vacunas o, peor aún, que creen que es todo un oscuro montaje «de los de arriba» para controlarnos.

Esta pobre gente no son más que víctimas de fake news y de teorías conspiranoicas sin el menor fundamento pensadas para alimentar el odio, la confusión y la confrontación. Curiosamente (o no), estas teorías son alimentadas por formaciones de ultraderecha o por iluminados que creen estar dotados por el don de la verdad que emana de alguna sustancia psicotrópica.

Desafortunadamente, todavía hay algunos sanitarios (aunque representan una escuálida minoría) que rechazan el método científico y se ofenden si les acusas de lo que son: vulgares negacionistas. Precisamente estos individuos (sanitarios o no) suelen desprender un halo de superioridad moral que les lleva a autosituarse en un plano inalcanzable para el resto de meros mortales que nos vacunamos y confiamos en la comunidad científica. La intoxicación (des)informativa les ha llevado a pensar que las certezas se hallan ocultas en gurús que representan un auténtico peligro para la salud pública y que el resto de la población somos un mero rebaño privado de sentido común incapaz de llegar a su nivel de conciencia mística.

Hay que advertir que estos mensajes han penetrado en una frágil sociedad cada vez más permeable a la mentira, hastiada por la fatiga pandémica y ansiosa de recuperar la normalidad de la vida precovid. Es imperativo combatir su mensaje contaminante, aunque no hay que guardar la esperanza de que caigan de esa nube de falacias porque su fe es similar a la del borracho que se agarra a una farola para no perder el equilibrio.